Otra victoria del Chelsea frente al Arsenal. O lo que es lo mismo, otra victoria de Mourinho frente a Wenger, que todavía no sabe lo que es batir al portugués. Fue un partido bonito, tenso y bien dirigido por el Chelsea que consiguió que el conjunto gunner no supiera como meterle mano.

Domingo, 5 octubre 2014.
Stamford Bridge, 41.607 espectadores.

CHELSEA 2
Eden Hazard (p) 27`, Diego Costa 78′

ARSENAL 0


CHELSEA XI: Courtois, Ivanovic, Cahill, Terry, Azpilicueta, Matic, Fábregas, Schürrle, Oscar, Hazard, Diego Costa.


ARSENAL XI: Szczesny, Chambers, Mertesacker, Koscielny, Gibbs, Wilshere, Flamini, Cazorla, Özil, Alexis Sánchez, Welbeck.


El partido era algo más que un partido y así fue. Mucha tensión, tres puntos fundamentales en juego. Para los blues, para seguir en todo lo alto después de un gran arranque de temporada en el que, de momento, solo han concedido un empate (contra el Manchester City). Para los gunners, para no descolgarse de la cabeza y conseguir escalar posiciones.

Pocas novedades en el once de Mourinho, a excepción de la entrada de Oscar por Willian. En el cuadro de Wenger, aunque con muchas bajas, la calidad de sus jugadores sigue siendo muy notable, aunque a veces no tengan el día.


Y, sinceramente, no lo tuvieron. Los de Wenger salieron muy bien en los 10 primeros minutos de la primera y segunda mitad. Concretamente hasta que el Chelsea se puso el mono de currar y se mostró fino en el ataque, gracias a un inmenso Hazard y sólido en defensa, sacando todo lo que había que sacar y evitando una y otra vez que el Arsenal fuese capaz de elaborar cualquier jugada mínimamente aceptable a partir de la línea de tres cuartos.

Fue el día en el que Hazard dijo si. Y le dio por las diabluras. Un slalom terrorífico del belga precedió el primer tanto. Hazard cogió revoluciones y se internó en el área. Koscielny estuvo muy lento en su reacción y cuando se quiso dar cuenta tenía al belga dentro de la cocina. Zancadilla. Penalti y gol. 1-0 para desesperación de Wenger.

Para entonces, la tensión ya se había apoderado de Stamford Bridge. Alexis Sánchez andaba un poco descolocado, aunque no llegó a la desfachatez de Özil, que dio otro recital de calamidades para desgracia del planeta fútbol. El punto álgido llegó gracias a una peligrosa entrada de Cahill (aunque realmente la cosa es una vieja historia de amor). Wenger protestó airadamente y Mourinho se lo recriminó. El francés fue a por el portugués, sin el bocadillo de Nocilla del recreo, y se enzarzó con él para empañar un poco más ese halo de diplomático que le ha acompañado durante tanto tiempo. Cosas de críos. 

Puede que a Wenger le doliera más la enésima derrota frente a los blues que la entrada sobre su jugador. Puede. O los nueve puntos que le separan de la cabeza de la tabla. No se le vió más tarde protestar por otra criminal entrada. Esta vez de Welbeck sobre Fábregas. Tampoco se le vio muy airado con los suyos, bastante incapaces.

Ante la indolencia gunner, los de Mourinho se encontraban como pececitos en el agua. La ventaja en el marcador y la sensación de controlar el partido eran el prólogo a lo que estaba a punto de pasar. Y se veía venir. El mourinhismo del paso atrás se hizo carne. Los blues comenzaron a replegarse en su área y el Arsenal fue a dar ese paso hacia adelante. Error fatal. Letales, como siempre, los blues aprovecharon la enésima pérdida de balón del Arsenal. Pim, pam, pum. Robo. Gran pase de Fábregas. La puntilla de Diego Costa. Y el cielo de Londres teñido de azul.