
Hoy me han enseñado un vídeo de unos niños de apenas 5 años
jugando su primer partido de fútbol. Daba gusto verlos jugar persiguiendo una
pelota más grande que sus piernas por todo el campo. No hay técnica, no hay
táctica, ni siquiera hay preparación física, pero lo que brilla, por su pureza,
es la energía y sus ganas de jugar, de pasarlo bien. Desbordan la cualidad más
difícil de encontrar en un futbolista profesional: la pasión.
En cualquier deporte, la preparación y el entrenamiento son
básicos para desarrollar todo el potencial. Existen 4 dimensiones diferentes:
la táctica, la técnica, la preparación física y el aspecto psicológico. Resulta
curioso pensar que, a medida que se desarrollan las 3 primeras, se va perdiendo
el potencial innato en la última. Los niños son anárquicos en su juego pero lo
dejan todo en el campo, no necesitan de grandes discursos porque solo quieren
salir y jugar y correrán hasta que ya no puedan más.
Si fuésemos capaces de implantar la motivación de un niño en
un jugador de un equipo de La Liga, revolucionaríamos el fútbol.
Hace unos días, en Riazor vivimos un espectáculo solo
calificable como lamentable. Más allá de una derrota o de una goleada, hay
rasgos no medibles de un equipo que pueden generar mayor decepción y cabreo en
una grada y entre ellos está precisamente la motivación, la actitud con la que se
salta al campo. ¿Cómo es posible que un equipo de deportistas de alto nivel
empiecen a correr en el minuto 60? Una buena afición perdona que te metan 8
goles en casa pero no perdona una actitud indolente, no perdona la falta de
interés y sacrificio porque cuando un jugador viste una camiseta representa
algo más, nos representa a todos.
Un jugador de rugby no lleva su nombre en la camiseta porque
lo importante es el equipo, un triatleta entrena el doble que un futbolista y
no cobra ni una décima parte, un jugador de la NBA juega un partido cada 2
días, Cristiano Ronaldo o Messi en sus mejores momentos corren y defienden como
los que más y sin embargo, hay futbolistas de medio pelo, que terminan el
partido y no caen rendidos por el esfuerzo.
Quizá sean los sueldos elevados, quizá los eternos cambios
de colores, quizá los entrenadores mediocres, quizá la adoración de la que son
objeto los futbolistas, quizá la falta de comunión con el equipo o la falta de
preparación psicológica, existan tantos quizás y tan pocas respuestas. No
encuentro explicación a este fenómeno.
“Podrán ser mejores que nosotros pero nunca podrán decir que
han corrido más, nunca que no nos hayamos esforzado más allá de nuestros
límites, nunca que si había algo que pudiéramos hacer no lo hubiéramos
intentado.” Esto es lo que me imagino que diría como capitán de cualquier
equipo.
Quizá, simplemente hace falta llevar al equipo a ver jugar a
esos inocentes chavales y que recuerden como empezaron, persiguiendo un balón
como locos y con las rodillas destrozadas toda la semana.
Yo soy de A Coruña y he de decir que "Ahora y siempre Forzadepor." Pero sobre todo que Viva el Fútbol!!!
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