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Balón "de invierno" de la temporada 2014/15 (Foto: marca.com) |
Más
allá del día de de la competición y de la tiranía de los resultados, en este
2014 que se nos escapa entre los dedos, me pide que el administrador de esta
web que reflexione hoy sobre lo que significa para mí el fútbol. Parecerá una
frase hecha pero, para mí, el fútbol es la vida.
Y es la
vida en un doble sentido. Por una parte, porque no concibo un mundo sin FÚTBOL.
Y pongo fútbol con mayúsculas porque, más allá de mi afición casi enfermiza por
el Atlético de Madrid, no soy capaz de estar largos períodos de tiempo sin ver
fútbol, sea del país, equipo o división que sea. Los períodos, cierto es que
breves, sin competiciones de fútbol (especialmente cuando no hay torneos entre
naciones en verano) son para mí una especie de suplicio o purgatorio difícil de
manejar. Y el hecho de que mis obligaciones profesionales o familiares me
permitan ver bastante menos fútbol del que quisiera resulta un reto constante para
tratar de arañar, aquí o allá, un ratito frente a la tele o el iPad.
Para
uno, el fútbol no es, simplemente, no perderte, por nada del mundo, ni uno sólo
de los partidos de tu equipo. Uno, yendo mucho más allá de su forofismo
atlético, se acerca al fútbol con una curiosidad que casi podíamos llamar
científica, con el deseo y la intención de conocer cuántos equipos, esquemas y jugadores
le sea posible. Un deseo y una intención que llevarían, caso de llevarlos a la
práctica, una ingente cantidad de tiempo y que chocan o chocarían frontalmente
con las obligaciones de uno.
Por
otro parte, una parte mucho menos amable o motivadora, digo que el fútbol es la
vida porque representa, en muchos casos, un reflejo perfecto de nuestra
sociedad, incluso magnificando o amplificando sus ya de por sí radicales
conductas. Todos somos conscientes del dramático hecho acontecido hace pocas
semanas en los alrededores del Vicente Calderón. Pero no creo que hayamos de
ser tan cándidos de pensar que ese hecho (y otros similares, por fortuna, sin
consecuencias tan extremas) es el resultado de cuatro tarados que van al
fútbol.
Desgraciadamente,
es mucho más que eso: es el reflejo de una sociedad y de unos comportamientos
absolutamente radicales. Sea en el fútbol, la política, la economía o cualquier
disciplina que nos venga a la mente, el objetivo no suele ser el bien común
sino el defender mi postura por encima, incluso, del bien mayoritario.
Ciñéndonos
al fútbol, cuán bonito sería que un aficionado de CUALQUIER equipo pudiera ir a
CUALQUIER estadio de España y disfrutar de lo que debería ser un partido de
fútbol y compartir asiento y grada con aficionados del equipo contrario y
constatar y disfrutar de las tradiciones futbolísticas de otros rincones de
nuestra geografía. O poder llevar a niño de tres años (como es mi caso) al
fútbol sin tener que estar continuamente pendiente de dónde puede montarse una
gresca o cuándo vas a tener que salir corriendo con el niño a cuestas.
Esperemos
que, quien tiene poder y autoridad para ello, tome de una vez por todas medidas
para que el fútbol vuelva a ser lo que nunca debió dejar de ser: con sus (sanas)
rivalidades y sus mofas y cachondeos entre aficiones, LA VIDA.
No hay
frase más cierta, hablando del fútbol y la vida que aquel alegato que dice algo
así como: “Cómo, hijo mío, vas a saber tu lo que es la vida si nunca perdiste
una final en el último minuto”