Y tuvo que pasar.
La muerte de un ultra perteneciente a Riazor Blues ha propiciado que por fin
todos despierten, simulando sorpresa por esta brutalidad como si no supiéramos
que son los ultras o cual es su principal objetivo alejado precisamente de
animar a su equipo.
El cáncer del fútbol actual de nuevo con consecuencias
irreparables. Una batalla campal entre dos grupos ultras (Frente Atlético y
Riazor Blues) que acaba en tragedia. Una batalla que seguramente no tiene nada
que ver con el fútbol sino con la gamberrada, el salvajismo y la tiranía. Esas prácticas
que ensucian el deporte madre en este país y que nos hace sentirnos avergonzados
a todos los aficionados que lo amamos y respetamos por encima de todo. Esos a
los que aficionados a otros
deportes nos reprochan que el fútbol

No vamos a hablar de ejemplo pero si de sentido común
cuando nos referimos a Joan Laporta, Florentino
Pérez y a su decisión de erradicar a los Boixos Nois y Ultra Sur
respectivamente. No por presión social,
ni precedidos por un acto tan deleznable como el del pasado domingo sino por
compromiso con la afición real de sus clubes. Ambos libraron una batalla
desgarradora en la que vivieron el miedo y el acoso en primera persona. Una
batalla difícil que le ha supuesto más de un susto pero que también le supone
la satisfacción de expulsar de su fútbol a un grupo radical y violento que
mancha el escudo y el deporte.
Esta lucha por un fútbol sin violencia tiene que acabar,
se tiene que ganar. Desde el domingo, demasiado tarde, no se puede volver a consentir
que se normalice a estos grupos, que nos hagan pensar que sin ultras no hay
animación, que sigan plagando de miedo y de sangre los estadios de España. Esta
lucha la tenemos que ganar todos. Por un fútbol sin violencia, por un fútbol
sin ultras.