Florentino
elevo el volumen del himno madridista
intentando silenciar el clamor de un estadio herido que se revolvía contra su
presidente, su entrenador y su propio equipo. Pero nada lo impidió. Los silbidos
se escuchaban por encima de una música que se vanagloria de un orgullo que el Real Madrid se dejó en
el vestuario.
El panorama es devastador. No es un partido perdido por 4 goles contra el FC Barcelona, ni
tampoco es perder tres puntos, es la manera de perder, es la imagen de un
equipo destinado el fracaso. Por primera vez en mucho tiempo la afición lo tuvo
claro y el incuestionable presidente
blanco, el cumplidor de sueños y repartidor de estrellas ha sido señalado. Más que Benítez. ¿Por qué en
10 años seguimos en el mismo punto? ¿Por qué ningún proyecto prospera? Y, ¿Por
qué cuando lo hace, se acaba? La única respuesta que a día de hoy encuentro es que el interés deportivo parece
que en este club este relegado a un segundo plano.

A Rafa Benítez
el Real Madrid le queda grande, no sabe gestionar un equipo plagado de egos, un
equipo que por condición debe de atacar, un equipo marcado por un entrenador
que les dio la décima y un año en blanco. Le ha sobrepasado la situación. El Bernabéu
lo pedía el sábado: dimisión. Y
sería lo más digno antes de que el equipo se le termine de ir definitivamente
de as manos y de que otro año a cero lleve su nombre.
Lo
positivo: Sergio Ramos,
Marcelo y Modric dieron la cara, entendieron los pitos, el dolor de la
afición, pidieron unidad y se comprometieron con reconvertir la situación.
Dieron a cara en una noche difícil, dieron
la cara aunque se arriesgaban a que se la partieran. Palabras de aliento
que tras el desastre reconfortan.