Provocador, leñero, polémico, teatrero o buscalíos son los adjetivos más suaves que Diego da Silva Costa cargó en sus espaldas, especialmente la temporada pasada, la de su consagración definitiva en un gran club. Esa capacidad de no dejar indiferente a nadie que sólo algunos tienen. Sin embargo, su característica apariencia encierra un futbolista superlativo, la hostilidad de los campos rivales delata la cada vez más visible realidad, la del que inventó la frase “Siempre en mi equipo”.
Brasileño de nacimiento, su temporada de consagración le dio por fin el debut con la selección de su país el pasado 21 de Marzo, precisamente cuando más se hablaba de que podía ser una gran baza para “La Roja”. Y es que la carrera de Diego pronto saltó el charco para hacerse grande en nuestro país, la calle predominó en Sudamérica hasta que el Sporting de Braga portugués le hizo su primer contrato profesional. Tras fichar a los 19 años por el Atlético de Madrid, las cesiones formaron parte de su vida, Albacete y Celta en Segunda Division y con el fichaje de Asenjo tomó rumbo a Valladolid, donde empezó a mostrar el jugador que encerraba. Llegó la repesca colchonera, pero Agüero y Forlán cerraban las puertas del brasileño, aún así todavía se recuerda su actuación, hat trick incluido, en Pamplona.
Llegaba un punto de inflexión en su carrera, el verano de 2011 le traería una rotura de ligamento cruzado anterior y menisco de su pierna derecha, con lo que no sería inscrito en Liga. Tras su recuperación llegó el Rayo Vallecano, que disfrutó de 6 meses del jugador que hoy en día conocemos. La lesión le hizo más fuerte, 10 goles en 16 partidos, asistente, guerrero, veloz, competitivo y clave en la salvación de los de Vallecas. El Atlético le había comprado ya un único billete de vuelta al Manzanares.
Qué decir de la temporada pasada, el brasileño cocinó a fuego lento a Adrián, muy por debajo de su presumible nivel, y pronto se hizo con el puesto en el campo y en el corazón de la hinchada rojiblanca. En pocos partidos bajó su nivel y algunos recordamos especialmente el de la vuelta de cuartos de final de la Copa del Rey en el Pizjuán, donde fue perseguido hasta casi rozar el ataque de nervios, marcó, asistió y expulsó a Kondogbia y Medel él solito. El desenlace del Bernabeu mereció la pena, donde volvió a marcar y ser clave en algo que los atléticos de este siglo no habían visto. Aparte de sus sombras, la del pronto que algunos genios tienen y a pesar de su buen hacer en el Atlético, la figura de Falcao era muy alargada. Con su marcha, y a pesar de la llegada de David Villa, máximo goleador de la selección española, ya nunca volverá a coger el papel de actor secundario. El estilo rockero de Diego ya toca en solitario, con gira europea incluída en los mejores escenarios. Bienvenidos al verdadero año de Diego Costa.