Y adelantando un día todo el protocolo previsto; se le presentó una tarde de miércoles. Entrenó jueves, y Escribá, sin pensárselo dos veces, lo convocó para viajar esa misma tarde. El viernes, estaría en Almería.
Pero retrocedamos un poco atrás, a esa tarde de miércoles, donde numerosos aficionados lo esperaban sentados en las verdes butacas del Martínez Valero, para verlo vestirse de corto; y darle la bienvendia a la familia ilicitana. Pero aún les quedaba una pequeña espera para ver al ghanés; este estaba en el interior de los muros que conforman la grada de tribuna del coliseo franjiverde; atendiendo a los medios de comunicación. Ante una de las preguntas, el delantero dijo: «Dios me dio el don de poder marcar un gol, cuando nadie espera que pueda hacerlo». La frase, como era de esperar, llenó artículos de diarios deportivos digitales, prensa escrita y comentarios en redes sociales.
Y llegó el viernes. Su presencia en el césped de los Juegos del Mediterráneo no estaba del todo asegurada. Era necesario que su documentación llegara a tramitarse a tiempo. Escribá, el propio jugador, el equipo y toda la afición franjiverde, estaban pendientes de una directiva, que no sería la primera vez que no cumple las expectativas, en cuanto a estas cuestiones. Sobre las 17.30 de la tarde, el club anunció que el «transfer» estaba listo. La última palabra, la tendría Escribá.
Viernes, 23.00 horas. Almería. Rueda el balón y a los diez minutos de partido, Soriano abre el marcador para los locales. El Elche se mostraba espeso, carente de la intensidad derramada contra la Real Sociedad en casa; desprovisto de ideas en ataque y dubitativo en defensa. La nueva ausencia de Rivera y de Javi Márquez, unidas al marcaje que se hizo sobre Rubén Pérez; provocó que el Elche tuviese muchas dificultades para sacar el balón jugado desde la defensa. Así el Almería ahogó a los franjiverdes. Hasta que llegó el penalty que transformó Albacar.
Era importantísimo marcharse igualados al descanso, pero entonces llegaría el enésimo error de Sapunaru. Nuevo penalty, esta vez para los andaluces, que tras transformarlo Verza en gol, se marchaban al intermedio de nuevo con ventaja.
Cuando al inicio de la segunda parte Escribá miró al banquillo, esta vez sí encontró al pistolero que andaba buscando. Lo hizo levantarse, se encargó de que dos compañeros lo custodiaran; y los tres futuros cambios, se fueron a la banda a realizar los ejercicios de calentamiento. Mientras tanto, el Elche seguía el ritmo de la batuta de Carles Gil, pero faltaba pegada. La idea del falso nueve, volvió a debilitar el ataque franjiverde. El Elche necesitaba alguien que cambiara la situación, alguien con don, capaz de creer. O al menos, alguien que creyera tener el don para cambiar la situación. A veces no hay por que ser poseedor de una virtud, simplemente basta con creer que la posees. Y con esa mentalidad vive este jugador. A falta de 23 minutos para el final, Escribá daba entrada a Richmond Boakye.
El ataque del Elche tenía un 9, pero un 9 pegado a una «X». La ecuación Elche-ataque-gol, no dejaba de ser toda una incógnita. Y Boakye empezó a trabajar sobre la ecuación, y pronto se verían progresos, que irían desvelando dicha incógnita. Movimientos rápidos, ideas claras, pases a un solo toque, detalles técnicos y sobre todo, disparos a puerta.
Porque «Dios le dio el don de poder marcar gol, cuando nadie espera que pueda hacerlo». Richomd Yiadom Boakye, dixit.
Artículo escrito por @david_jimenez3 en colaboración con @yosisedefutbol