Había espectación por su llegada, tanta como escepticismo. Algunos decían que no lo creerían, hasta que no hubiese firmado. Su llegada a Elche se retrasó dos semanas, pero otros lo siguen esperando, y tendrán que resignarse. Su compatriota, el exfranjiverde Wakaso, le convenció para dar el paso definitivo. Finalmente aterrizó, dando por zanjada la rumorología de su marcha a otros equipos; y cerrando de una vez, uno de los culebrones del verano por estas tierras. Y, por supuesto…firmó.

Y adelantando un día todo el protocolo previsto; se le presentó una tarde de miércoles. Entrenó jueves, y Escribá, sin pensárselo dos veces, lo convocó para viajar esa misma tarde. El viernes, estaría en Almería.


Pero retrocedamos un poco atrás, a esa tarde de miércoles, donde numerosos aficionados lo esperaban sentados en las verdes butacas del Martínez Valero, para verlo vestirse de corto; y darle la bienvendia a la familia ilicitana. Pero aún les quedaba una pequeña espera para ver al ghanés; este estaba en el interior de los muros que conforman la grada de tribuna del coliseo franjiverde; atendiendo a los medios de comunicación. Ante una de las preguntas, el delantero dijo: «Dios me dio el don de poder marcar un gol, cuando nadie espera que pueda hacerlo». La frase, como era de esperar, llenó artículos de diarios deportivos digitales, prensa escrita y comentarios en redes sociales.

Y llegó el viernes. Su presencia en el césped de los Juegos del Mediterráneo no estaba del todo asegurada. Era necesario que su documentación llegara a tramitarse a tiempo. Escribá, el propio jugador, el equipo y toda la afición franjiverde, estaban pendientes de una directiva, que no sería la primera vez que no cumple las expectativas, en cuanto a estas cuestiones. Sobre las 17.30 de la tarde, el club anunció que el «transfer» estaba listo. La última palabra, la tendría Escribá.

Viernes, 23.00 horas. Almería. Rueda el balón y a los diez minutos de partido, Soriano abre el marcador para los locales. El Elche se mostraba espeso, carente de la intensidad derramada contra la Real Sociedad en casa; desprovisto de ideas en ataque y dubitativo en defensa. La nueva ausencia de Rivera y de Javi Márquez, unidas al marcaje que se hizo sobre Rubén Pérez; provocó que el Elche tuviese muchas dificultades para sacar el balón jugado desde la defensa. Así el Almería ahogó a los franjiverdes. Hasta que llegó el penalty que transformó Albacar.

Era importantísimo marcharse igualados al descanso, pero entonces llegaría el enésimo error de Sapunaru. Nuevo penalty, esta vez para los andaluces, que tras transformarlo Verza en gol, se marchaban al intermedio de nuevo con ventaja.

Cuando al inicio de la segunda parte Escribá miró al banquillo, esta vez sí encontró al pistolero que andaba buscando. Lo hizo levantarse, se encargó de que dos compañeros lo custodiaran; y los tres futuros cambios, se fueron a la banda a realizar los ejercicios de calentamiento. Mientras tanto, el Elche seguía el ritmo de la batuta de Carles Gil, pero faltaba pegada. La idea del falso nueve, volvió a debilitar el ataque franjiverde. El Elche necesitaba alguien que cambiara la situación, alguien con don, capaz de creer. O al menos, alguien que creyera tener el don para cambiar la situación. A veces no hay por que ser poseedor de una virtud, simplemente basta con creer que la posees. Y con esa mentalidad vive este jugador. A falta de 23 minutos para el final, Escribá daba entrada a Richmond Boakye.

El ataque del Elche tenía un 9, pero un 9 pegado a una «X». La ecuación Elche-ataque-gol, no dejaba de ser toda una incógnita. Y Boakye empezó a trabajar sobre la ecuación, y pronto se verían progresos, que irían desvelando dicha incógnita. Movimientos rápidos, ideas claras, pases a un solo toque, detalles técnicos y sobre todo, disparos a puerta.

Entre tanto; la media punta, que seguía comandada por Carles Gil, fue la mayor fortaleza del Elche. La banda izquierda no lograba romper la defensa del Almería. La banda derecha, con las internadas de Gil, quedaba desprovista de efectivos. Y Sapunaru no es el carrilero que el Elche necesita en esos casos. Dicho de otra manera, Sapunaru, no es Damían Suárez. 

Los minutos pasaban, el final del encuentro se acercaba. Hasta que el tiempo de descuento se esfumó. Pero dio tiempo a un jugada más. Un ataque más.
Manu cedio con la mano el balón a Lomban, vista al horizonte y balonazo largo. Despejó tímidamente la defensa del Almería, el balón cayó a la izquierda. No es su sitio, no tendría porqué estar allí, pero Carles Gil es así. Apareció por esa banda, la de su pierna buena, para recoger el balón y ponerlo rozando el césped, en la media luna del área grande, donde apareció Coro para prolongar al punto de penalty. Pasaban 20 segundos del tiempo y venía del fuera de juego; pero cuando todos los ilicitanos mirábamos al cielo buscando algo…entonces él, que llegó del cielo para aterrizar en Elche tres días antes, controló el balón, se giró y disparó. En su línea de visión solo estaba el balón, pero en su mente sabía perfectamente donde estaba la portería, donde debía estar Esteban; y donde era necesario poner el balón, para que el silencio de la noche ilicitana, casi a la una de la madrugada; se rompiera de súbito al grito de esa palabra que da sentido al fútbol: GOL.

Tuvo que ser él, el que llegara, viera y venciera. Porque mientras todos mirában al cielo, el creyó en sí mismo, en sus botas, las que estaban tocando el suelo. Y así arañó un punto de oro para el Elche CF, en el tiempo cumplido, cuando nadie contaba con ello. Seguro que este jugador, dará mucho que hablar. Y esperemos que todo lo que hablemos de él, sea en positivo.
 
Porque «Dios le dio el don de poder marcar gol, cuando nadie espera que pueda hacerlo». Richomd Yiadom Boakye, dixit.

Artículo escrito por @david_jimenez3 en colaboración con @yosisedefutbol