Como si de un guión de Hollywood se tratase, acontece en Can Barça un panorama temido, esperado e intervenido. Temido porque perder al mejor futbolista de la historia no admite otro calificativo. Esperado porque las orejas del lobo ya asomaron tímidamente al final de la temporada pasada. E intervenido porque un 25 de mayo se firmaron un par de papeles, con algún imprevisto que otro, que certificaban la adquisición por parte del FC Barcelona de la nueva estrella del fútbol emergente: Neymar Jr. Con «el panorama» me refiero a la ausencia de Leo Messi, indigerible años atrás, pero enmendada este año con la llegada del crack brasileño, la cual tiene como único, y por tanto último fin, restar protagonismo a tal ausencia.

La sucesión del reinado

La tercera lesión en esta temporada de Messi no cuenta con el drama anteriormente latente en la Ciudad Condal, pues ante tal contratiempo se cuenta esta vez con un sucedáneo del rosarino. Sucedáneo no tanto de juego, pues son bien diferentes ambos futbolistas, pero sí de su papel para con su escuadra. Acostumbrado el Barcelona a contar con un elemento que resuelve cada problema que se presenta, si este solucionador no está en condiciones para solucionar, otro solucionador es rogado con una mezcla de desesperación y deisidia. Neymar tiene poco menos de 60 días para justificar cada uno de los 57 millones que dice Bartomeu que costó el brasileño, y para salvar del aprieto a éste, a Rosell y a sus secuaces. Magna tarea para un bambino que aún presenta claras señas pubertosas.

No sólo estos 60 días servirán para dar la palmadita en la espalda a Sandro Rosell por su gran movimiento, también serán los que otorguen el doctorado en el balompié al tal Neymar. El brasileño nació con esa técnica que enamora a propios y a extraños, pero eso ya lo saben ustedes, y llegan días en los que veremos todos si este chico va en serio o es otro showman underground, perfecto para presentar la portada del FIFA street. La gruesa línea, pues es todo menos delgada, que separa a un extraordinario futbolista y a un top player, la marca la capacidad de éste de asumir las responsabilidades de sus compañeros y cargar con ellas para que su equipo triunfe. El jugador que se sienta en en el trono se debe al equipo y viceversa, en el sentido de que no se coronará a menos que consiga que su equipo triunfe partido sí partido también. Él solito; eso es ser el mejor, y no filigranas de museo.

Neymar será Rey si reina estos 2 meses sin que el pueblo se entere de la ausencia del legítimo Rey

Las cartas, pues, están sobre la mesa. Neymar a estas horas debe andar en Miami concentrado con su selección con la presión acechándole de cerca y preguntándose cómo va a responder ante ésta. O quizá esté deseoso de tirarle el guante a tan incipiente presión. Tranquiliza más la segunda opción, aunque lo que tenemos claro es que está preparado para asumir el reto, el reto de su vida: mostrar al mundo que puede ser el mejor. Porque Neymar está llamado a ser Rey, sólo esta en su mano el serlo, y lo será si el pueblo no nota durante su reinado de sustitución, la ausencia del Rey legítimo, Lionel Messi.