La aventura de Mata en el Chelsea tocaba a su fin. Después de todo lo que se dijo, de todos los rumores, de los cientos de miles de equipos que le pretendían, el Manchester United se llevó el gato al agua. Y el Chelsea 45 millones. El fichaje de Mata era un negocio redondo. Y punto, que diría Rosell.
Mata, Mou. Mou, Mata. Desde el principio todo ha sido una melodramática relación de amor y odio. Entrecomillemos lo de odio. Mata no encajaba en el esquema de Mourinho. Ni por lo civil ni por lo criminal. Y mira que el portugués se había empeñado en que encajara. Pero no pudo ser y Mourinho no se casa con nadie. Le da igual que hayas sido elegido dos veces mejor jugador de la Premier o que seas Nobel de Física. El portugués quería un guerrero y le salió un artesano que no supo o que no quiso adaptarse a las tácticas guerreras que predispuso su entrenador (cabreo mediante). Y mientras otros como Torres se ganaban el pan con el sudor (sin importarles demasiado un Mundial en el horizonte), Mata estaba que no estaba y otros más entregados a la causa le iban pasando sin dar el intermitente hasta que tuvo que sacarse plaza fija en el banquillo.
Pero hecho está. Si Juan es feliz, Inglaterra es feliz. Y la prensa española también. Así que con estas, después de una semana ajetreada de llego y no llego, voy en helicóptero o en bicicleta y de chuparse la presentación oficial aguantando la sonrisa de oreja a oreja de David Moyes, que todavía no daba crédito al fichaje, Mata saltó al césped para debutar contra el Cardiff. Y cuajó una buena actuación.
2-0 para los red devils y debut, digamos, soñado, pero que no termina de tapar la realidad. ¿Y cual es esa realidad? Que con y sin Mata el United sigue siendo un equipo que roza la mediocridad en demasiadas fases del juego. Evidentemente que la llegada del español va a suponer algo de aire fresco en la zaga, pero Moyes necesita más. Y ahora mismo Mata es el mejor captador de socios que puede tener en su escaparate.
Que Wenger se las prometía muy felices, lo sabíamos. Que la liga se le iba a hacer al Arsenal más larga que un día sin pan, también. Eso sí, y ya lo he comentado por aquí alguna vez, los gunners se han convertido en un equipo de personas mayores. Ya no son aquel eterno equipo joven. Ahora parece que saben donde están y a lo que se enfrentan. Que esto ya no es salir a echar una pachanga. Ahora el Arsenal gana sin jugar, gana jugando, gana haciendo el canelo, gana provocando orgasmos al aficionado y, en caso de que no ocurra todo eso, empata haciendo un partido nefasto y logra salvar un punto. Cuando no hay pan, buenas son tortas. En resumen, que les sale todo.
Fue empatar el Arsenal y el Manchester City olió la sangre. Se vistieron, se plantaron en White Hart Lane, metieron cinco y se fueron para casa. Líderes de la Premier y con un saco de goles. 11 le ha hecho solo al Tottenham, sin ir más lejos. Mancini saca pecho diciendo que este equipo es suyo. Pero Roberto, entre tú yo, esto no es lo que era.
Y fue empatar el Arsenal y el Chelsea también olió la sangre. Pero con lo que no contaba José Mourinho era con el muro de contención y de cemento armado que iba a colocar Sam Allardyce y que los blues iban a ser incapaces de romper. Empate a cero y oportunidad perdida para dar caza a los de Wenger.
Entre tanto, los dos entrenadores españoles vivían dos situaciones diferentes. A Roberto Martínez el Liverpool le daba un baño de los que hacen historia en el famoso derby de Merseyside, donde no se veía un 4-0 desde marzo de 1972, cuando Bill Shankly se sentaba en el banquillo y tenía como jugador a un tal John Toshack. Consecuencias de salir al campo y no saber ni donde estás.
En busca de su primera victoria, Pepe Mel se encontró con un partido loco no, lo siguiente. Ni con el Betis, vamos. En 9 minutos ganaba su West Brom 0-2 al Villa y en 25′ la cosa pintaba empate a 2. Una casa de locos en la que participó Anelka y que terminó con gol de Benteke de penalti para un 4-3 que deja a los de Mel decimoquintos.
A Tony Pulis le puedes llamar cualquier cosa con referencia a su forma de jugar. Lo que sea. Incluso Javier Clemente, a Pulis le da igual. Gol de Puncheon y victoria para el Palace frente al Hull que lo deja decimocuarto a cuatro puntos de la zona de descenso que marca el West Ham y donde el Crystal Palace hace no mucho tiempo estaba hundido. Con sus armas, a su tran tran, está logrando el objetivo para el que fue contratado. Pulis no quiere una compañía de ballet ruso. Quiere once tíos que se dejen la piel en el campo. Y de momento, va mirando por el retrovisor al Stoke.
Álvaro Ramírez
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