Apenas han pasado unos pocos días de mi último artículo que titulé «La toma del Etihad según Mourinho» y la cosa se ha puesto más tibia todavía. Con algunos giros de guión propios de una película de Christopher Nolan (aunque algunos se veían venir), los implicados en la trama vuelven a ser los sospechosos habituales.
Entre medias, el tonypulismo sigue haciendo de las suyas, Garry Monk se estrenaba con goleada y Roberto Soldado sigue en paradero desconocido mientras Manolito Adebayor sigue haciendo su agosto en el Tottenham de Sherwood.

Es de recibo comenzar por el final. Por el Manchester United-Fulham que se jugó el domingo. Con la memoria aún fija en aquel 6 de febrero de 1958, las gradas recordaron como se merece a aquel sueño de los Busby Babes al que traicionó el destino en el aeropuerto de Múnich.
Otra catástrofe bien distinta es lo del United de Moyes. Se agotan los adjetivos para calificar tamaño despropósito. Y eso que si uno se mira las estadísticas del partido lo flipa en colores. Contabilicé cerca de dos millones y medio de centros. Cálculo probablemente erróneo. Pero eso fue el partido: un bombardeo descontrolado y esquizofrénico de centros que le hacen a uno preguntarse para qué coño querían a Mata (que por cierto, asistió again). Una plantilla mediocre para un equipo que hace aguas por todos lados y una afición que comienza ya incluso a cuestionar el alicatado de los cuartos de baño de Old Trafford. David Moyes ha sido capaz de darle la vuelta al significado del «Fergie Time«, entre otras lindezas. Y si con Fergie (sir Fergie) se ganaban ligas con la simple presencia de Rooney y Van Persie, las cosas han cambiado y comienzan a replantearse un viaje relámpago a Lourdes. Aunque creo que ni con esas. La temporada ya está bastante resquebrajada y la ilusión de la clasificación europea se va difuminando.

Entre declaraciones cruzadas sobre caballos y demás y todavía con mal sabor de boca tras el baño táctico que le metió el Chelsea, a El Ingeniero (Manuel Pellegrini para los menos versados en apodos) se le olvidó algo muy importante. Y es que la deconstrucción del fútbol (algo a lo que debemos regresar tras tantos años del pensamiento único del tiki-taka) consiste en meter más goles que tu adversario para ganar el partido. Pero el hasta hace cuestión de cuatro días temible City se ha desinflado en un abrir y cerrar de ojos. Es indiscutible que se nota la falta del Kun, pero es más indiscutible todavía la falta de Fernandinho. Pellegrini intentó suplirlo (sin éxito) colocando a Demichelis en el centro junto a Touré contra el Chelsea. En Carrow Road, Demichelis regresó a la defensa y el chileno optó por dar entrada a Milner, que tampoco es que fuese la revolución del partido. Llegados a este punto uno se pregunta qué se ha hecho mal. Porque si después de que el caballo rico se haya gastado una pasta es capaz de hundirse como un castillo de naipes (y con Javi García y Rodwell por ahí pululando) por la lesión de Fernandinho es que entre el jeque, Soriano, Txiki y Pellegrini no ha habido entendimiento.

Los redactores de Marca se afanaron en buscar en Stamford Bridge alguna pancarta con el nombre de Mata para, en vez de hablar de fútbol, continuar con su obsesión enfermiza y darle un par de palos al de Setúbal por su gestión barriobajera de la plantilla. Mientras tanto, en su banquillo, Mou se partía la caja. El supuesto caballo pobre sacó un pastón por el español y se reforzó con Nemanja Matic. La evolución del equipo de Mourinho es evidente: todos a una arrimando el hombro para conseguir un equipo sólido y que va cogiendo cada vez más confianza. Y si en tus filas tienes a Hazard te pueden empapelar los aledaños del estadio con pancartas pidiendo el fichaje de Messi. El hat-trick del belga sirvió para confirmar que Cabaye era esencial en el Newcastle (no levantan cabeza desde que se fue) y para ponerse como líderes de la Premier.
Y llegamos al sábado. Me imagino a Wenger mirando el calendario que se le viene encima y rezando padresnuestros. Todas las debilidades del Arsenal quedaron expuestas en Anfield. Se barruntaba que esto iba a ocurrir tarde o temprano. Un partido así en Champions y el Bayern de Guardiola les mete cincuenta.
En 20 minutos el Liverpool ya le había soltado cuatro goles a los gunners. Cuatro que podían haber sido siete. Todavía resuena el eco del palo de Luis Suárez. Lo peor es que en un abrir y cerrar de ojos, al equipo de Wenger lo había hundido Skrtel.
El Arsenal fue una caricatura de si mismo (un remate de Mertesacker fue lo más peligroso), con un Wilshere pasado de rosca, un Oxlade-Chamberlain relegado a otra posición tras el partido contra el Palace, un Arteta nada fino y un verdadero despropósito a balón parado.
Mención aparte merece Özil, que se olvidó de acudir al estadio. Su temporada va en decadencia y ya ni se le llora en el Bernabéu ni se le tiran tantos fuegos artificiales en Inglaterra. Su talento es indudable. Como indudable es que tiene sus momentos para sacarlo a relucir. Cuando le sale de los huevos, hablando en plata. La manita del Liverpool ha abierto una herida en los gunners. Y su tour de force termina en marzo.