Aún recuerdo a la perfección aquel 9 de mayo de 2012. Yo y otros cientos de miles de aficionados del Athletic estábamos más que nerviosos, nuestros once leones vovían a jugar una final europea 35 años después. Una auténtica marea rojiblanca se trasladaba a Bucarest, nos separaban 90 minutos de nuestro primer título europeo, cada vez lo veíamos más cerca.
El camino a la final había sido duro a la par que increíble. Quién nos iba a decir a nosotros que íbamos a pisar Old Trafford, que íbamos a conquistar Gelsenkirchen, que íbamos a enamorar a Europa entera. Era un equipo sencillo, todos iguales, sin estrellas. Un grupo con un algo especial, liderados por un sabio. Este sabio era Marcelo Bielsa, que demostró aquella frase de: «no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita». Él se hizo cargo de un equipo que necesitaba un cambio radical, que necesitaba alternativas al juego aéreo que implantó Joaquín Caparrós.
Muchos dudaban de él y más tras su nefasto comienzo en el banquillo de La Catedral pero poco a poco comenzó a elaborar y a producir un estilo de juego que gustaba a los jugadores y más aún a la afición. Cada partido era un nuevo episodio, un espectáculo distinto que encuentro a encuentro iba mejorando que llegó a su momento cumbre el 26 de abril de 2012, cuando un gol de Llorente en el minuto 87 metía al Athletic y a su afición en su segunda final europea. A partir de aquí las cosas comenzaron a complicarse.
Volvemos al 9 de mayo. Bucarest acogía una final española, entre Atlético de Madrid y Athletic Club. No había un claro favorito pero algunos medios veían a los pupilos de Bielsa más cerca del título. Eran las 20:45 de aquel miércoles, llegaba el momento más esperado de las últimas semanas. Jugábamos de verde, con el mismo color con el que conquistamos «El Teatro de los Sueños». Salíamos con nuestro XI de gala, compuesto por: Iraizoz; Iraola, Amorebieta, Javi Martinez, Aurtenetxe; Herrera, Iturraspe, De Marcos; Susaeta, Muniain y Llorente.