Todos los focos se centraban en José, tanto en el calentamiento previo al partido como en su propio entrenamiento antes de saltar al campo, a su campo. Y su momento, esperado por todo niño en su infancia, llegó. Era el minuto 65 de partido los pamplonicas perdían 0-1 y José García, con el dorsal 31, recibía el calor de un Sadar entregado a su causa, como tantas y tantas tardes lo había hecho él desde esa misma grada. El encuentro lo terminaron perdiendo, pero contagió a todos sus compañeros de ese espíritu fresco desde el primer momento que toco su primer balón como profesional, teniendo incluso una ocasión clara para haber colocado la guinda a su propio pastel.
Son muy pocos los privilegiados en el mundo que disfrutan de este deporte de manera profesional, pero como hemos podido comprobar, los sueños se cumplen, solo es necesario tener constancia y amor por lo que lucha cada uno. José García, sin duda, es un claro ejemplo de que unos colores, una meta, un deseo, es posible si cada día, luchamos por alcanzar los propósitos que nos marcamos.