Veras hijo, yo no viví las primeras ediciones de la competición, pero tu abuelo si lo hizo, y siempre me contó que desde el principio fue la competición más grande y maravillosa del mundo.
Los mejores equipos jugaban entre ellos, en campos abarrotados, y en terrenos embarrados y en ocasiones empantanados, cuando no podía aparecer la magia de los Di Stéfano, Kubala, etc… aparecía la garra.
Desde su comienzo, la Copa de Europa solo estaba destinada al campeón de cada liga. Era la competición que enfrentaba a los mejores equipos del mundo. Ganarla significaba alzarse hasta el olimpo del fútbol, demostrar a los demás, y sobre todo a uno mismo que era el mejor.
Pero ganar la Champions no es algo que se haga por uno mismo, se hace también por los aficionados.
Por todos aquellos que siguen a su equipo fielmente, gane o pierda. Por esa gente, por nosotros, los jugadores lo dan todo, porque sin la afición es imposible.
(Fuente: www.lavanguardia.com)
No solo se trata de ganar, sino también de perpetuarse en el imaginario colectivo de los aficionados al fútbol. Todos los futboleros recordamos el gol de Koeman a la Sampdoria en la prórroga, o la magnífica remontada del Manchester United sobre el desgraciado Bayern München en el Camp Nou. O por supuesto el gol –golazo- de Belletti que sirvió para remontar una final de Champions que el Barça terminó ganando. O el mejor gol que nunca vieron las finales de Champions, un gesto técnico soberbio de Zidane, una volea llena de plasticidad que se terminó alojando en la escuadra de un Butt que solo pudo rendirse ante el genio francés.
EN definitiva, hijo, queremos ganar la Champions porque queremos que nuestro equipo sea parte de la historia, y porque queremos experimentar esa sensación de euforia y alegría que se siente cuando nuestro equipo levanta la orejona.
Cuando la ganemos, lo entenderás
