Los Bolcheviques expulsaron de Rusia al gran joyero Carl Fabergé. Sus pomposas y alambicadas obras fueron el antojo de zares y reyes de toda Europa en los siglos XVIII y XIX, convirtiéndose en tal símbolo de poder que en 1917 el propio Fabergé tuvo que salir de Rusia para salvar su vida. Su taller, en el número 24 de la calle Bolshaya Morskaya de San Petersburgo, fue tomado por los revolucionarios que se apropiaron de algunas piezas y destruyeron otras.  La obsesión por sus obras llego hasta el punto que recibió un encargo personal de Eduardo VII en 1907, hacer una escultura en miniatura de su perro favorito, llamado Ziza, que Fabergé talló observando los movimientos del animal en directo.  Antojos hechos para satisfacer caprichos de los monarcas.
Los trajes ya no se hacen a la medida.  James aterrizando en un Madrid plagado de volantes, Di Maria enfundándose la mítica camiseta número 7 de un United que lo que más necesita es un Tony Kroos que le de salida limpia a un equipo atascado y hasta un Keylor Navas que llego a la casa merengue cuando tenía a dos porteros como Iker Casillas y Diego Lopez.  En eso se ha convertido el mercado, en un show mediático para exhibir billeteras, en una oportunidad para cazar los nombres de moda, así nadie los necesite, pero sobretodo, la sensación vana de robar portadas a punta de millones de euros sin pensar en la necesidades reales del esquema o del técnico.
Nadie está cuestionando la calidad de estos jugadores, creo que fueron piezas fundamentales que cambiaban la dinámica de sus equipos cuando las cosas iban mal y decisivos en momentos claves de la temporada, futbolistas que cualquier equipo se pelearía por tenerlos, pero siendo realistas, ninguno de ellos le da un salto verdadero de calidad a las nóminas que llegan y en cambio, torpedean el desarrollo futbolístico de contrataciones de otros veranos y ponen en jaque a los entrenadores que tendrán si o si, por su costo astronómico, buscarles un hueco en el once titular.
Es posible que dejando al margen los valores futbolísticos estos jugadores sean un buen prescriptor para abrir nuevos mercados, para comercialmente contribuir con la venta de camisetas al otro lado del océano. Quizás Florentino Pérez y su director general, José Ángel Sánchez, especialista en temas de mercadeo, tengan una visión de futuro que los números no detectan o quizás la ensambladora de vehículos detrás de los red devils sabe más de marketing que todos nosotros pero la sensación es que estos grupos necesitaban otra cosa en el terreno de juego.
Ahora bien, no se trata únicamente de lujos innecesarios, se trata también de una danza de millones con operaciones financieras cercanas a las nueve cifras que cambiaron radicalmente el panorama.  El futbol puede ser de todos pero los fichajes se volvieron exclusividad de unos pocos, ahora mandan la parada jeques, constructores, magnates del gas y petróleo que confirman la creciente desigualdad con los tradicionales que siempre movieron la tómbola veraniega.

Carl Fabergé y Jorge Mendes, dedicados a complacer a los más ricos.  Este análisis nos lleva a una conclusión: que el humo mediático nubla las mentes más lúcidas pero también que la nueva filosofía de compras de los grandes clubes del viejo continente es la del gamín que raya con una moneda el carro de marca costoso y que al primer reproche contesta, yo hago con mi plata lo que me da la gana.  Los nuevos ricos del futbol europeo también hacen con su plata lo que les da la gana, pero no dimensionan el daño que le están haciendo al mercado.