Guerrillas y gloria
Un cuento del Atlético de Madrid 1 vs Real Madrid 0
Supercampeones de España
Allá va Sami Khedira, cómodo e indiferente, y a kilómetros de distancia, en un lugar menos lujoso y con menos torres, allá va Diego Simeone: tiene las manos atadas pero la cabeza siempre levantada. Muchos hombres lo rodean, lo insultan e intentan agredirlo, siempre en masa, porque solos ni se acercarían. Khedira desciende de su avión privado y en su mente ni siquiera hay espacio para el título que acaban de perder. No le importa, no le interesa. Lleva en su alma un conformismo, una pasividad, esa que expulsó a Reyes del Atleti, y que también la comparte un ángel caído. En el Atleti y en el Real las apariencias engañan. Los primeros son desconocidos de los que no se esperaría el nivel de pasión, trabajo y entrega que derrochan en cada partido, los segundos son rostros universales y bien de los que se esperaría mucho más. Pero no es el equipo de los hombres, es el equipo de superestrellas, de fuegos artificiales y después, de fútbol.
– ¿Qué es lo que ha hecho ese hombre?- pregunta Nicolás. – ¿Por qué será crucificado?
– Por ser un guerrillero… por ser un guerrillero que ha derrotado al poder una vez más- respondió Joaquín.
– Así es- complementó Enrique.
A Enrique se le veía más contento de lo habitual, a pesar de que uno de sus compañeros de institución se dirigía a una muerte segura y dolorosa: el dolor por enfrentarse a lo que no debería cambiar.
– ¿Cómo ocurrió? – volvió a preguntar Nicolás.
La respuesta no le había quedado clara. Así que regresaron 24 horas antes y se imaginaron en un estadio abarrotado, entregado y rojiblanco. El poder atacaba de banda a banda y un guerrillero maniático, uno que siempre mira de igual a igual al rival, gritaba, saltaba y señalaba la injusticia: su equipo estaba con diez, Juanfran no podía ingresar…
Ya habían pasado cuantos minutos- dijo Joaquín.
Y es que sí. Así que decidió, en un acto irracional nacido del deseo de superación y pasión por lo que hace, tomar al poder de la camiseta. ¿Qué se había creído ese guerrillero? ¿Qué se había creído este sudaca para haber preparado una jugada tan buena que de dos cabezazos un croata reciclado de ese equipo alemán al que goleamos en la Champions pasada le anotaba al Dios del Olimpo? Por suerte, estaba entre los suyos. Su milicia vencía y mientras eso sucedía, el ejército contrario estaba preocupado por ver el partido en Alemania del hermano Khedira. El mundo veía que el soldado alemán y la estrellita colombiana no eran tan buenos cuando se enfrentaban a once obreros dispuestos a jugar en la posición más descabellada por el bien del equipo, de sus hinchas y de su pueblo. El croata venido de Múnich se quitaba todo complejo, esos que debería dejar de lado un argentino que cruza los brazos en señal de que eso no va conmigo, para arrastrarse por el lodo y hacer las de lateral izquierdo cuantas veces era necesario. El Madrid perdía por ser la antítesis del Atleti. Pero James no debía preocuparse.
– Ya anotará algunos goles contra los equipos que aún no logran ser once obreros, y se venderán como si fueran los más importantes del Madrid en años- se quejó Enrique.
Se daban 4 minutos de añadido. La policía ya estaba afuera y Simeone sabía lo que vendría después: sería ejecutado. Pero antes los cuatro minutos, minuto a minuto, junto con miles que quisieran pensar como Él, actuar como Él, sentir como Él, ser como Él. Ya se escribían las mismas palabras venenosas cada vez que el Atleti ganaba algo importante o está cerca de ganar algo importante: un equipo mala leche que solo sabe defender y dar pelotazos. Por suerte cada vez son los menos -pensó Nicolás– los que dicen aquello, no deberían volver a ver un partido de fútbol. El centro iba directo y Moyá, ese futbolista que logrará en el Atleti que la gente asocie el nombre ya no más con el tenista español pero sí con el del portero, salía a romper el destino irrepetible del último minuto.
Y en eso sucedió –advirtió Joaquín.- Fueron cuatro golpes en el rostro a Godín, de los que nadie dirá nada. Y los que se quejen, serán crucificados. Porque aquí rozar al poder se paga con la muerte y dar cuatro puñetazos a un marginado, con unas palmaditas en la espalda. Un inicio de Liga sin él no vende.
– ¿Y tú prefieres un guerrillero al margen de la ley o alguien que nunca pierda los escrúpulos?- preguntó Nicolás.
– Más vale un guerrillero que cambie algo para mejor, aun si a veces se salga de control… que alguien que nunca sacude su corbata y camisa, y que deje todo como está – respondió Joaquín.
Enrique permaneció en silencio. Sin él, ya podrías desmantelar el equipo ¿cierto?
Ya con la sangre cayendo de sus venas, era difícil para Simeone recordar ese balón que Miranda y luego Godín no pudieron despejar, ese gol de James de impotencia colchonera, esa celebración de todo un estadio blanco que lucía omnipotente, pero que luego era silenciado por la jugada del esfuerzo y del sacrificio y de la lucha, y de la entrega, y de esas horas que Sergio Ramos las había pasado descansando y que Godín y Raúl García las habían pasado entrenando, y sus ojos brillaban, y se alegraba cada vez más, y veía a García levantar el puño hacia esos pocos hinchas, que era uno en un millón, que eran un Simeone en un millón, y luego estabas en el Calderón, con la sonrisa de ese niño que verá ganar al Madrid, y escuchabas que un anciano contaba los años sin vencer de locales, sin un título en el Calderón, y tú mirándolo de reojo, pensando que todo acabará hoy, que esa pelota como una segunda luna en el horizonte oscuro del Manzanares era la indicada, que el estadio va a explotar, que de una buena vez el mundo sabrá quién manda en Madrid, y ahora Diego recordaba la cara del anciano al ver la posición del croata y la cara del jovencito francés tras haber recortado los ocho cm de altura que le llevaba Ramos, ocho centímetros recortados única y exclusivamente por esos mil y un valores colchoneros ahora crucificados, por esa garra que le pone Raúl García en cada jugada y que quieres que le ponga cada persona en su día a día, porque si se quiere y se trabaja, se puede, y ahora observas el movimiento de las banderas y el esférico que baja justo para tu croata y el empalme perfecto de ese nuevo nueve y el botecito antes de ingresar y la cara de incredulidad de que tal vez hoy es posible, y cerca de una hora y media después Moyá saldrá a cortar el balón y el árbitro verá a medias los puñetazos de Ronaldo y cobrará falta y la gente se volverá loca y recordarás la final de Lisboa y luego la de Bruselas y el rostro evocado por los canticos de Luis Aragonés y esa lágrima de la inevitable revancha y de saber que deberías estar siendo campeón del mundo en Marruecos y ese dolor de Lisboa, esa final perdida mientras todos celebraban, ese dolor que no cesa, que siempre estará allí, pero que, con el tiempo y esta Supercopa, cada vez te importa menos. Ve a Gabi, a Raúl y a Godín, y una sonrisa se le dibuja en el rostro.
– El día que el Atleti pierda una final y a sus jugadores no les interese… ese día entenderás la importancia de ese guerrillero que acaba de morir – sentencia Joaquín.
Miguel Ángel Moyá lanza el balón desde su área, corre el minuto uno y la pelota se eleva por lo más alto del Calderón. Mario va a la disputa del balón con Varane, que en un error de timing, retrocede el balón aún más. Antoine Griezmann vence en el salto a Ramos y pivotea la redonda. El esférico todavía no ha tocado el suelo. Hay un espacio en la defensa blanca que el público no tarda en apreciar y el grito de gol ya se oye. La pelota va a un lugar mucho mejor del que el francés hubiera esperado y llega justo a Mandzukic, que se encuentra en una excelente posición.
Nos vemos en el Calderón.
Daniel R.
Twitter: @Colchonero2012