Hart es ese tipo rubiete que hace de portero en el Manchester City. Ese chaval risueño que vencería en todas esas encuentas del tipo «¿Con que portero de la Premier te irías a tomar unas cañas?«.
Hart es ese tipo rubiete que se enfunda los guantes y que sea lo que Dios quiera. La prensa lo tiene enfilado y está esperando cualquier momento para despellejarlo. Lo malo para ese tipo rubiete (Hart) es que tiene más enemigos allende las páginas deportivas inglesas. 
Un bajón la temporada pasada llevó a Pellegrini a apostar por Costel Pantilimon como titular en el City. Pero Hart recuperó su sitio. Esta temporada llegó Willy Caballero procedente del Málaga, quizá como titular, quizá para darle una competencia a Hart mayor que la que tenía con Pantilimon. Hart volvió a ser titular.
 
Joe Hart es ese tipo rubiete que no es el mejor portero del mundo pero que entre los tres palos se desvive. Es titular en el vigente campeón de la Premier y también en la selección inglesa.
Joe Hart también es ese tipo rubiete que tiene sus días malos (como todos) pero que es capaz de parar un misil a mano cambiada si la situación lo requiere. En el Allianz Arena se lució de todas las maneras posibles, aguantando el chaparrón del Bayern antes de sucumbir al gol de Boateng cuando moría el partido. 
 

El miércoles en Stamford Bridge el Chelsea vivió una especie de deja vu. Al más puro estilo del curso pasado, cuando era incapaz de matar los partidos. Se confió y en medio del vendaval de confianza pasaba por ahí un tal Huntelaar que empató el encuentro para los alemanes. Mourinho no sabía si reir o llorar. 
Lo bueno para el equipo de Londres es que la maquinaria parece tener cuerda para rato. Cesc Fábregas no solo se dedica a repartir asistencias incluso a la fisio del Chelsea, sino que también marca goles. Abrió la lata para los blues.
Diego Costa tuvo que salir cuando estaban chapando, acompañado de Remy. Drogba se pasó todo el partido fallando goles, como si le diera miedo meter uno y que todo Stamford Bridge se pusiera a aplaudir hasta romperse las manos. Lo bueno para el equipo de Londres es que la maquinaria tiene que jugar otros dos partidos con unos equipos a priori muy inferiores. El empate no es bueno, pero tampoco una tragedia.

La Champions regresaba a Anfield. O el Liverpool regresaba a la Champions, que para el caso es lo mismo. Gerrard y Skrtel son los dos únicos supervivientes de la última aventura en la máxima competición europea de los reds.
Quisieron las bolas que el primer rival del esperado regreso fuese el Ludogorets búlgaro, que se marcó un Aston Villa y estuvo cerca de joder la fiesta. Afortunadamente, la locura del partido se fue contagiando de uno a otro contrincante sin dejar algo de margen a la calma.
El Liverpool estuvo fallón, descolocado y todavía le falta un punto. El Ludogorets estuvo ordenado, trabajador y a un nivel muy alto. Cuando el Liverpool arreó, el Ludogorets se cayó en tromba. Gol de Super Mario. Cuando al Liverpool le dio por finalizar el partido antes de tiempo, empataron los búlgaros. Y cuando todo estaba finiquitado y el empate parecía lo más justo, al Ludogorets se le fue la pinza y cometió un penalti en el descuento.