Cíclicamente, el fútbol vive acontecimientos como el del domingo pasado a orillas del Calderón. Todos nos llenamos la boca de buenas intenciones y del famoso «no puede volver a pasar» que durante unos días llena las páginas de los periódicos y los minutos de los telediarios. Pasó con la bengala de Sarrià, pasó con Aitor Zabaleta, con la embarazada agredida en Sevilla, y una larga lista que, por no acabar en tragedia, no trascendieron al público.

Antiviolencia incluye a Ultra Boys entre las once hinchadas más radicales | El Comercio

Viajes subvencionados. Locales del club. Entradas para partidos. Muchos de estos grupos Ultras amparan en su seno a personas y personajes que buscan repercusión para sus actos en el altavoz mediático que supone el fútbol moderno. Ocultos en la masa tienen su mejor hábitat, el entorno perfecto para maniobrar a su antojo. Los clubes son conocedores y lo toleran. Las directivas no quieren música de viento en su contra por estos temas. Se han visto imágenes de grupos ultras parando entrenamientos, hablando con jugadores, recibiendo regalos en forma de camisetas de los jugadores y a nadie extrañaba todo esto. De aquellos barros, estos lodos.

 

Es un circo montado con muchos intereses a su alrededor. Y si cae la lona, mucha gente pierde pan en la mesa. Columnistas que un día ponen al árbitro en el punto de mira, al día siguiente se escandalizan cuando algún cerril los utiliza para mejorar su puntería. Dirigentes que se vanaglorian de tener la mejor afición del mundo por la noche, se levantan con la guadaña sobre esos mismos aficionados para contentar a prensa y políticos, ávidos de cabezas de turco. Aquí paz y allá gloria.

Las autoridades futbolísticas y políticas son partícipes y cómplices cuando les interesa y en este caso, como en los otros, dejarán que escampe la tormenta intentando no mojarse mucho. Habrá reuniones, proyectos de cambio, declaraciones grandilocuentes en su forma y inocuas en su fondo pero pocas soluciones reales.

Están los derbis condenados a morir? | Fútbol
Hace pocos días, la afición valencianista duchaba en refresco de cola y cebada el autobús del equipo rival. Los aficionados más radicales del Celta silbaron el minuto de silencio por la muerte de un policía en cumplimiento de su deber. Hay campos donde los minutos de silencio se omiten o celebran según sean las víctimas y nadie se extraña. Incluso en partidos de la selección se ha utilizado la potencia pulmonar con el fin de silenciar el himno rival. Son faltas de respeto que impregnan y dejan una huella tan profunda que será difícil de borrar si no se entra al corazón del problema, la impunidad de todas estas actuaciones. El balompié mueve a mucha gente y nadie quiere tener a todas estas personas enfrente. Personas = votos es la ecuación más utilizada cuando no la de fútbol = gallina de los huevos de oro.

Obviamente, la separación de gradas jóvenes o gradas de animación de todos estos grupúsculos es complicada y nada fácil de conseguir pero la muerte de todas estas personas habría de servir, al menos, para intentarlo más allá de los días posteriores al hecho y con más seriedad que las simples declaraciones televisivas al uso o las manifestaciones de la semana siguiente. La seguridad y el futuro del fútbol se lo merece.
Esta foto puede representar una pesadilla o un mal ejemplo. En nuestras manos está.