Como a muchos de los niños que hoy somos adultos, la afición a los deportes nos viene del apoyo de nuestros padres, de su aliento constante, de su saber soportar nuestras frustraciones y de saber levantarnos cuando caíamos. Esa labor nunca estará suficientemente pagada ni agradecida.

Quizá otros padres prefirieron dejar a sus hijos ir solos, no empujarles hacia ese estilo de vida, permanecer en casa sin otra necesidad que la de mantener un estilo de vida sedentario y poco saludable. Quizá muchos padres hablen y se llenen la boca de saber que lo mejor para sus hijos es tener hábitos saludables, costumbres adecuadas en cuanto a calidad y cantidad de la práctica deportiva pero eso implica muchos pros y todavía más contras. Los pros son por todos conocidos: mejora nuestras capacidades sociales, nuestra salud, nos hace más fuertes ante los fracasos, mejoramos nuestra salud presente y futura, aquello de «mens sana in corpore sano». Todo el mundo conserva amigos de los equipos en los que ha estado, todos tenemos buenos recuerdos de los campos en los que jugamos, todos sacamos pecho de los muchos sitios que hemos visitado con la excusa de la práctica deportiva. Este lado de la balanza pesa mucho y lo inclina todo pero para que este peso sea constante hace falta alguien que esté siempre encima para que no se desequilibre y caiga al suelo y se rompa.

Ese alguien es fundamental para este juego de pesos y equilibrios y no es otra persona que el padre/madre de cada uno de los niños que juegan, disfrutan, se entretienen y crecen haciendo deporte. Esa persona que trabaja de noche y no le importa madrugar para llevar a su hijo al partido de las 9. Esa persona que tiene fiebre y se levanta una fría mañana de invierno para que su niño juegue su partido. A este lado de la balanza, los pesos son invisibles pero no livianos. No todos los padres están dispuestos a cargar su coche como si fuera una furgoneta para que el equipo pueda tener gente suficiente, no todos están dispuestos a dar sin pedir, a ofrecer sin exigir. Esos que si lo están son el contrapeso de la balanza, son los que evitan desequilibrios. Esos que nunca que se cansan de asumir siempre las mismas cargas que otros rechazan por incómodas y pesadas. Cuando acababa mis partidos, sea cual fuere el resultado del mismo, siempre estaba mi padre allí. Y su voz era sólo para mí, ni para los árbitros, ni para los entrenadores, ni para otros padres cuyas voces rellenaban hasta el más recóndito de los lugares. Jamás de los jamases salió de su boca una mala palabra para una actuación arbitral, ni tildó de injusta ninguna decisión de mis entrenadores, ni de mala actuación alguna de mis compañeros. Más bien al contrario, siempre me enseñó a respetar todo y a todos y ese es otro peso invisible pero no liviano, y ya son muchos los que decantan la balanza.

Alegría compartida

Cierto es que muchos padres no juegan ese papel, que no aparecen en esos momentos, que juzgan constantemente a todo lo que rodea a su hijo, exonerándolo de cualquier responsabilidad, de cualquier carga o de cualquier frustración. Cierto es que muchos padres no ejercen correctamente su papel y que parecen muy numerosos pero es sólo eso, apariencia. Son, somos muchos más los que estamos por un deporte de respeto, de tolerancia, de disfrute que los que buscan la victoria y reflejan en sus hijos lo que ellos no pudieron ser cuando la infancia era su periodo vital. No nos dejemos llevar por el ruido de unos pocos, guiémonos por el silencio de muchos.