
Más allá de todo, me haya inculcado el gusto por el deporte o no, le doy las gracias por aceptar y compartir esta pasión tan hermosa conmigo, por vivir los partidos conmigo y por sufrirlos conmigo, por celebrarlos conmigo y por quedarnos hasta sin hambre al momento de una derrota. Y aunque no me haya enseñado a ser madridista, gracias también por compartir la afición por el mismo equipo. Le estoy eternamente agradecida porque no fue un papá que me forzara a ser amante de los deportes, sino por haberme dado la libertad a que yo escogiera este camino por mi cuenta y decisión; a que yo poco a poco aprendiera a disfrutar los partidos y a querer comunicar sobre ellos.
Una cosa que sí adquirí de mi papá fue ese agrado peculiar por el tenis. Fue con él con quien vi mis primeros partidos, me enseñó las reglas básicas y me ayudó a entenderlo, y luego ya no había quien hiciera perderme de algún partido de aquel torneo de US Open.
Por todos aquellos papás que ‘sin querer queriendo’ nos transmitieron un gran encanto por los deportes y aún más una gran efusión futbolera. Por todos aquellos que nos apoyan, aunque en algún momento quisieron que fuéramos abogados o doctores o arquitectos, y terminaron por reconocer que lo que habían criado era un amante del fútbol que viviría para este con locura y furor; sí para todos ustedes, que hayan pasado un increíble Día del Padre. ¡Abrazo de gol!