“Señor, señor, el balón” grita un niño mientras alguien intenta hacer unos malabares sin demasiado éxito y con la melancolía en el rostro, pocos segundos después de que un esférico haya llegado rebotado de cualquier parte, no importa cual.

Cuando se cierra el telón de la temporada futbolística son fechas de celebraciones y desilusiones en función del resultado final de nuestro equipo. Es el momento en el que se establecen las notas finales a un curso cargado de sobresaltos, donde se establece si el club de nuestros amores ha alcanzado los objetivos deseados y planteados a principio de la temporada.
Pero independientemente de todo, la llegada del final de la competición, deja en el aficionado un vacío existencial difícil de compensar o de llenar. Las vacaciones, el sol, la playa, la piscina y el tiempo libre no son acicate suficiente para el futbolero de a pie. Llega el fin de semana y radio y televisión ignoran el balón. Es en ese momento cuando los sentimientos contrapuestos se ponen de manifiesto. Por un lado, el personaje en cuestión espera que vuelva otra vez la bendita rutina de la competición futbolística, pero a sabiendas de que su llegada prácticamente coincide con el final de la época estival y el esparcimiento. El aficionado se debe conformar, mientras tanto, con estridentes portadas de presuntos fichajes que casi nunca se hacen realidad.
Momento playero de Ronaldinho (Foto de Marca)
Oficializar fichajes actúa como analgésico mental, imaginarse al futbolista triunfando en el equipo de tus amores aunque la realidad y el tiempo establezcan conclusiones bien diferentes. El comienzo de los entrenamientos es otro momento importante donde el balón empieza a contar con protagonismo, aunque sólo el inicio de la competición produce en el aficionado el alivio sintomático deseado.
Excesivamente duro y largo se hace el verano para el seguidor al fútbol que no puede soportar la ausencia del deporte rey con sus goles, errores, aciertos, polémicas y que, finalmente, se debe conformar con los debates de barra de bar o debajo de una sombrilla sobre lo acaecido en la pasada temporada o lo que todavía se encuentra por venir.
Son tiempos muertos que se hacen excesivamente largos. La mente actúa, repasa hechos del pasado en busca de retroalimentarse futbolísticamente y cualquier situación se intenta enmarcar dentro del contexto balompédico. Unos niños jugando en la playa sirven para analizar las condiciones de cada uno de ellos, si el peso y el tamaño del “artilugio” de juego es reglamentario, las condiciones de la arena y su forma irregular apta o no para el desarrollo de la práctica deportiva. El mando a distancia echa humo mientras el individuo se sumerge en canales televisivos que ni siquiera sabía que existían en busca de cualquier campeonato desconocido que se desarrolle en el punto más insospechado del planeta. Fútbol playa, fútbol sala; cualquier cosa que ruede y a la que se le pueda dar unas patadas sirve para quitar el estrés, para recordar. Terapia para el enfermo, su diagnóstico: mal de balones.