El general de la defensa cambia de ejército. Vía deportevalenciano.com |
Muchos aficionados valencianistas se sorprendieron, hace año y medio, del semifichaje de un central argentino semidesconocido para el gran público que se había declarado en rebeldía en el equipo portugués del Porto. El Valencia era un hervidero de altas, bajas y Rufete no daba a basto para rehacer una plantilla descompensada, desajustada y con elementos que restaban al grupo más que sumaban. Era Nicolás Otamendi, un contundente zaguero argentino con tímidas presencias en su selección.
Ese mercado invernal acabaría con Otamendi jugando en el Atlético Mineiro de Brasil a préstamo y sólo por 6 meses ya que el club de la Avda de Suecia tenía cubierto el cupo de extranjeros y no eligió quedarse con Vinicius, un prometedor delantero brasileño que nunca triunfó a orillas del Turia. En la liga brasileña cuajó una gran actuación pero no fue convocado para el mundial del pasado verano en esas mismas tierras.
Fue un fichaje controvertido, por su coste y por su cesión a la liga sudamericana. El Valencia presentaba una dramática situación económica y se gastó la friolera de 15 millones de € en un defensa que no jugaría hasta 6 meses más tarde con la elástica blanquinegra.
La venta de las acciones, la llegada de Nuno, la salida de Pizzi, el proyecto Lim, un cúmulo de factores que redujeron el eco mediático de la llegada definitiva de Nico a Valencia. El hecho de no ser un fichaje de verano también colaboró a que su entrada pasara más desapercibida pero se puso a rodar el balón y el carácter, el pundonor, la garra y la contundencia del argentino convencieron sobremanera a la parroquia valencianista, que vio en él al más digno heredero del mítico Fabián Ayala, miembro por aquel entonces de la secretaría técnica valencianista. La temporada avanzó y el zaguero se hizo con el respeto y la admiración de toda su afición a base de casta, liderazgo, despejes inverosímiles, profesionalidad y algún que otro gol importante. Formó un tándem de cerrojo y candado junto a Mustaffi y protagonizó recuperaciones físicas casi imposibles. Todo iba sobre ruedas y nada hacía presagiar un final como el que parece vaya a darse.
La popularidad de Nico estaba en su punto máximo con la consecución del objetivo mínimo de clasificación de cara a la próxima edición de la UCL, previa mediante, cuando la aparición de su reprensentante hizo temblar los cimientos de la entidad, todavía con Amadeo Salvo a los mandos y con Rufete dirigiendo la parte técnica. De nuevo guerras internas, inestabilidad social y el terremoto Otamendi no ayudaba a mejorar ese ambiente. La afición todavía confiaba en un cambio de rumbo, en un desmentido a su representante pero el pelirrojo defensa central no abría su boca para confirmar o desmentir nada. El nerviosismo cundía entre la parroquia valencianista que veía caer un ídolo sin casi haberlo levantado. Y sucedió lo que nadie quería, Otamendi autorizó las palabras de su agente y manifestó su deseo de abandonar la entidad dirigida ya por Lay Hoon y Kim Koh tras la, menos convulsa de lo esperado, salida de Salvo y Rufete.
La salida parece inminente y la desilusión de la sufrida afición ché sólo se verá paliada con la llegada de algún fichaje de renombre que pueda ocupar la vacante, gran vacante por otra parte, dejada por Nicolás Otamendi. Quizá Ezequiel Garay sea el elegido para ello pero los vientos no soplan favorables ni para Nuno ni para la actual máxima ejecutiva, malparados de la dimisión de Salvo y con una imagen pública dañada. Sólo un buen inicio de temporada frenará este malestar social, malestar que, por otra parte, no ha hecho disiminuir ni el número de socios ni la ilusión por la Champions con más de 40000 valencianistas apuntados a los dos eventos.