Con esa mirada entre imponente y tímida, Zinedine Zidane contesta eligiendo cuidadosamente las palabras sobre el gesto técnico del que solía tirar y que enamoraba a propios y extraños en un documental sobre su vida, obra y milagros. La rueda. La ruleta. La roulette. Pisar el balón, girar sobre tu propio eje y cambiar la dirección para sortear rivales. Un recurso técnico complicado convertido en un coser y cantar por el francés sobre el césped de cualquier campo. La dificultad convertida en sencillez. El regate elevado a su máximo exponente. Hablar de Zidane es hablar de elegancia y de estilo. De técnica y de control. Del estado más bello del fútbol. Capaz de obras de arte que se quedan grabadas a fuego en la retina. Capaz de azotar a la pelota con todo su alma y acariciarla como si fuera hija suya. Zidane, quizá sin quererlo, se convirtió en un líder, en el alma de un país y en el estilista de todos y cada uno de los equipos por los que pasó. Cada balón imposible se convertía en una reliquia para sus compañeros cuando, en realidad, para él era otro pase más al que no había que darle demasiada importancia.
El motor de aquella Francia épica, invencible, pertinaz, violenta y arrolladora.
Cuando Zinedine miraba al horizonte sobre el terreno de juego, con aquellos ojos entreabiertos, casi cerrados, únicamente pensaba en el balón. Laurent Blanc destacaba una jugada que le sorprendió sobremanera en un partido de les bleus contra Alemania en el que los franceses iban perdiendo. Fue una jugada más que se perdió en la nada o, más concretamente, en el tacón de un alemán que salvó el disparo casi sin querer. Fue un robo de balón, en el área francesa y una galopada hacia tierras enemigas dejando atrás rivales con una facilidad pasmosa. Eso fue lo que sorprendió a Blanc. La garra. El empuje. Zinedine era fútbol en su más amplia expresión. Jugador y equipo formaron una simbiosis que parecía indisoluble. Decir Francia era decir Zidane y viceversa. Cada club por el que pasó se siente hoy todavía orgulloso de haber tenido a aquel francés entre sus filas.Un futbolista capaz de parar el tiempo, de esos de los que se dice que merece la pena pagar la entrada para verlo jugar.
Zidane era el dueño de momentos inolvidables. El Mundial de Francia. La volea mágica que le dio al Real Madrid su novena Copa de Europa. Zidane también era el dueño de los momentos que trascienden más allá del resultado final del partido. Un pase de espuela. Dos roulettes consecutivas. El cabezazo a Materazzi en la final del Mundial contra Italia.
A Zinedine todavía le quedaba mucho fútbol cuando anunció su retirada. Una retirada que sorprendió a todo el mundo y que privaba al aficionado de uno de los grandes talentos de los últimos 20 años. El objetivo de Zidane había pasado del césped al banquillo, quien sabe por qué. Quizá sobre el verde ya lo había hecho todo. Ya lo había dado todo. Aunque seguiremos pensan-
do que podía habernos dado mucho más.
Zidane reconoció después, con esa mirada entre imponente y tímida, lo precipitado de su decisión. Habían ocurrido demasiadas cosas tras el Mundial y Zinedine, todavía en una edad apta para jugar en la élite y después de 17 años en lo más alto del fútbol, añoraba la adrenalina: “la presión del partido, de la victoria: ahora eso falta”, señaló. Añoraba el olor a césped, pero seguía sin lamentarlo. Todo había formado parte de un proceso que Zizou parecía te ner bastante claro en su cabeza. Para entonces, casi sin darnos cuenta, Zidane ya no estaría en los terrenos de juego, vestido de corto, controlando balones imposibles de una forma acrobática. Para entonces Zidane ya añoraba la adrenalina y al espectador le quedaban gloriosas imágenes en la retina de un jugador único, estiloso, decisivo y que había firmado noches para la historia en Francia y en el Real Madrid.
“Tiene tanta clase que podría haber jugado hasta los 40 años”, dijo en su día Alfredo Di Stéfano.
Decidió no hacerlo y comenzar otra aventura. Así son los grandes.
AS CANNES: EL TRAMPOLÍN
A Zizou también se le conocía como Harry Potter, por aquello de la magia. Solo que Zinedine no necesitaba de ninguna varita ni de ningún conjuro, le bastaba con un campo de fútbol y un balón. Francés de ascendencia argelina, dejó una huella imborrable en el fútbol de la década de los 90 y principios de los 2000, no solo entre los franceses y los aficionados de Juventus o Real Madrid, sino en todo el planeta balompié, que no tuvo sino que rendirse a la categoría de Zidane.
La Castellane no volvería a ser la misma tras el estallido de Zidane. Constante y trabajador, a Zizou le entro el gusanillo del fútbol justamente allí, en La Castellane, entre el ajetreo portuario y los miles de inmigrantes árabes que dan vida y color al suburbio de Marsella, ciudad donde Zidane emigró con su familia tras una temporada en París y donde, por aquel entonces, en el Olympique, jugaba Enzo Francescoli, uno de los idolos de Zidane. La admiración de Zizou por Francescoli llevaría a que bautizara a uno de sus hijos como Enzo en honor al uruguayo.
Zinedine cambio el judo, donde llegó a ser cinturón verde, por el fútbol, quizá sin saber que su vida iba a dar un giro de 180 grados. A los 14 años se marchó de casa en busca de una oportunidad que le llegaría en el AS Cannes. Aunque el espigado francés nunca había sido muy de pruebas, aceptó pasarlas. Y, evidentemente, las pasó. Alain Pedretti, presidente del Cannes, logró algo que parecía imposible: que Zizou dejara a su familia y se pusiera a dar patadas a un balón con el objetivo de hacerse profesional. Junto a Pedretti, Zidane encontró el inquebrantable apoyo de Jean Claude Eli neau, uno de los directivos del club en cuya casa vivió hasta que pudo permitirse un apartamento para él solo.
Tras una dura e intensa preparación, a Zidane le llegó la oportunidad de debutar con el primer equipo en la Ligue 1, por entonces una liga muy competitiva y con un buen escaparate en Europa. En particular el Cannes iba a ponerse en el mapa en aquella década de los 90. El club vivía una situación que nunca le había sido ajena. Los graves problemas económicos a los que se enfrentaba la institución hicieron que sus directivos pusieran todo su empeño en fortalecer la cantera para nutrir de jugadores al primer equipo. De allí salió aquel táctico mediocentro que llevaba por nombre Luis Suárez y, por supuesto, Zinedine Zidane. Luego también vería crecer a otro campeón del Mundo, Patrick Vieira, jugador que marcaría el epílogo a la gran década de los 90 para el AS Cannes.
El descenso del Cannes quizá supuso el principio del fin de la entidad francesa pero colocó a Zidane en el mapa del planeta fútbol, además de conseguir un sitio donde vivir y un Clio rojo, con el que visitó a sus padres, que se le había prometido. Se marchó a hacer una prueba, puede que con la intención de volver y poco convencido de pasarla con éxito, y vio como pasaban seis años y había debutado en primera. A partir de ahí, nada sería igual para Zizou.
PRÓXIMA PARADA: BORDEAUX
Tras cuatro temporadas en el AS Cannes, donde había comenzado su idilio con el gol en la segunda de ellas, y tras el descenso del club, a Zizou se le abrieron las puertas del Girondins de Bordeaux, uno de los verdaderos puntos de inflexión en su carrera deportiva.
El Girondins venía de una exitosa década de los 80 en la que habían ganado 3 ligas (con dos subcampeonatos), 2 copas de Francia, 1 Supercopa y rozaron con la punta de los dedos la final de la Copa de Europa que les arrebató la Juventus en 1985.
Los 90 no pudieron empezar peor para el Bordeaux. En 1991, con una deuda que superaba los 45 millones, el Girondins sufrió un descenso administrativo a la segunda división. La recuperación fue casi inmediata y tras pasar una temporada en el infierno de segunda, el Bordeaux regresó a la Ligue 1, gracias en parte al canal de televisión M6, que posee la mayor parte de las acciones del club y al patrocinio de Alain Afflelou. Los fantasmas de una posible quiebra económica se habían ahuyentado y el club estaba totalmente preparado para volver a vivir otra década de esplendor y mantenerse en lo más alto de la competición francesa. Ganaría el campeonato local en 1999, pero antes de aquello, llegaron sus logros más remarcables a nivel internacional.
Zizou había aterrizado en el Girondins de Bordeaux en 1992, con el regreso del club a la máxima categoría. Contó entonces como compañeros con jugadores destacados, algunos de los cuales también formarían parte en el proceso de resurrección del combinado francés. Por allí estaban Dutuel, Lauren Croci, Gaëtan Huard, Dugarry y Lizarazu.
El francés venía de ganarse la titularidad en el AS Cannes y la ganó también en el Girondins, aunque en el club de Burdeos se haría con el puesto nada más aterrizar. En su primera temporada jugó 35 partidos y anotó 10 goles. Aunque Zinedine nunca ha sido un goleador, comenzó a destacar como ese jugador cuyos goles llegan en el momento adecuado, en un instante de necesidad máxima. Un bálsamo curativo que sería una de las señas de identidad de Zidane que comenzaría en el Girondins y se extendería más tarde a la Juventus, a Francia y al Real Madrid.
En 1995, el Bordeaux se alzaba con la Intertoto, una competición ya extinta en la que participaban aquellos clubes que no habían logrado la clasificación para ninguna de las dos máximas competiciones europeas (Champions y UEFA). El Girondins había vencido al Karlsruher alemán y lograba así la clasificación para la Copa de la UEFA.
“Nunca tiro con la zurda pero le pegué, y recuerdo que salió muy alta, desde 40 metros más o menos. Luego perdimos 2-1 y sufrimos, pero nos clasificamos. Un gol así no se olvida jamás”. Superados los escollos del FK Vardar macedonio y el Rotor Volgograd, el Betis se cruzó en el camino del Girondins en los octavos de final. Contra todo pronóstico, el equipo de Zidane logró colarse en la final de la UEFA, que perdería a manos del Bayern de Munich, tras vencer al Milan en cuartos y al Slavia Praga en semifinales. Pero para entonces, Zizou había firmado uno de esos goles que quedan en la historia para siempre. Zidane nunca tiraba con la zurda, pero aquel día optó por la siniestra para pegarle al balón con el alma. Si, es cierto que el Bordeaux sufrió ante un gran Betis. Pero la garra de Zizou valía un pase a cuartos de final. Por el camino, el francés había dejado uno de los mejores goles de la competición como firma. Europa había conocido a Zizou
Rumbo a la vecchia signora
El momento para que Zinedine Zidane diera el salto a uno de los grandes equipos había llegado. El Cannes había sido un buen comienzo aunque fueron sus actuaciones en el Bordeaux las que hicieron que Zizou terminara recalando en la Juventus, uno de los grandes equipos de Italia. Zidane fichó por la Vecchia signora por cuatro temporadas, un equipo que le sirvió para engordar su palmarés pero también para abrirle las puertas de la selección francesa, lugar de donde tampoco se iría de vacío.
Con la Juventus, Zidane lo ganó prácticamente todo, encandilando con su estilo al planeta fútbol. Serie A, Copa, Supercopa de Italia y Copa Intercontinental. En 1996 Zidane levantó la Supercopa de Europa tras vencer al PSG 1-6 en París y 3-1 en Italia. Pero en el palmarés de Zizou aún faltaba algo.
La Liga de Campeones se le resistió a Zidane durante su etapa en el conjunto italiano a pesar de que la Juventus jugó dos finales mientras Zizou estuvo en el club. En 1997 la Juve se enfrentó al Borussia Dortmund en el Estadio Olímpico de Munich. Los italianos partían como claros favoritos después de realizar un espectacular campeonato, pero perdieron el partido por 3-1. El gol de la Juventus lo anotó Del Piero. En 1998 la Juventus volvió a alcanzar la final del máximo torneo europeo, que se celebró en el Amsterdam Arena. Enfrente, el Real Madrid de Jupp Heynckes, un equipo que llegaba a aquel último partido con una necesidad imperiosa de conseguir su séptimo trofeo europeo después de 32 años de sequía. Zidane formó aquel día junto a Peruzzi, Torricelli, Di Livio, Pessotto, Deschamps, Inzhagi, Del Piero o Davids.
Un gol de Pedja Mijatovic en el 67’ truncó el sueño de la Juventus de hacerse con el trofeo. A Zidane comenzó a seguirle una extraña fama de perdedor. No había ganado todavía nada grande. Las dos finales consecutivas perdidas de la Liga de Campeones pesaban demasiado. Con Francia, Zidane había sido titular en la Eurocopa de 1996 celebrada en Inglaterra, donde les bleus cayeron en semifinales en Old Trafford contra la República Checa en la tanda de penaltis.
El gran momento de Zizou llegaría en el Mundial de Francia de 1998. La anfitriona quedó encuadrada en el Grupo C junto a Dinamarca, Sudáfrica y Arabia Saudita, rivales de los que se deshicieron sin demasiados problemas. El Mundial de 1998 sufrió una verdadera plaga de expulsiones, y Zizou no iba a ser una excepción. En el segundo partido de la fase de grupos, contra Arabia Saudita, Zidane perdió los nervios y propinó un feo pisotón que le costó la expulsión. La organización lo sancionó con dos partidos, por lo que Aime Jacquet no podría contar con Zizou hasta los cuartos de final. Para entonces, Zidane ya era un ídolo, una verdadera estrella. Francia ganó a Paraguay en los octavos de final con un gol de Blanc. En cuartos esperaba Italia y, claro está, se produjo el regreso de Zidane. No fue fácil. Francia eliminó a Italia en la tanda de penaltis. En semifinales, Francia derrotó a la Croacia de Suker con un doblete de Thuram.
El 12 de julio de 1998, con 75.000 personas llenando las gradas del Saint-Denis la Francia de Zidane se medía en la gran final del Mundial a Brasil. Atrás habían quedado los dos partidos de sanción. “No soy Platini”, había señalado Zizou ante las comparaciones con el 10. “Es una carga ser el número 10. Es difícil de llevar el oír siempre que soy yo quien debe marcar la diferencia, pero no me preocupa, estoy bien así, preparado para la tarea”. Y así fue. El fútbol de Zidane apareció en toda su apoteósis. Excelso control del centro del campo y dos goles de cabeza que llevaron al éxtasis a toda Francia. Zizou acababa de convertirse en el símbolo de la Francia multiracial (en el Mundial del 98, de los 22 jugadores franceses solo 8 eran de padre y madre franceses). Petit terminaba la tarea en aquel eterno 3-0. Francia no había clasificado para Italia ‘90 ni tampoco para Estados Unidos ‘94. En 1998 todo cambió. “No soy un líder. Sólo soy un líder de uno, de mi mismo”. Palabra de Zidane.
EL ZIDANE GALÁCTICO
“Es la máxima satisfacción para un futbolista”. Su actuación en el Mundial de 1998 le valió para ser galardonado con el Balón de Oro con 26 años. Días después recibía el premio de la FIFA al Mejor Jugador de 1998 por delante de Ronaldo y Suker. Zidane vivía uno de sus mejores años, pero todavía quedaba mucho por hacer.
La siguiente parada de la selección francesa fue la Eurocopa del 2000 de Bélgica y Países Bajos. Francia quedó encuadrada en el Grupo D junto a Holanda, República Checa y Dinamarca. En cuartos de final, Francia se cruzó con España, a la que ganó 2-1, y llegó hasta un atractivo duelo contra Portugal en las semifinales, en las que primaron las actuaciones de Zizou y de Luis Figo y en el que se adelantaron los portugueses gracias a un gol de Nuno Gomes. Thierry Henry firmó el empate y llevó el partido en la prórroga donde Zidane ganó el partido para Francia desde el punto de penalti. Un penalti que no sentó demasiado bien a Figo.
Con el duelo Zidane-Figo todavía candente, Francia se había metido en la final, donde esperaba Italia. En unas declaraciones anteriores al partido, Michel Platini había dicho que “no será un partido bonito y ganará Francia con un gol de oro”.
Las cosas para Francia no pudieron empezar peor en el estadio de Rotterdam.
Con un gol de Delvecchio, los italianos se ponían por delante en el marcador. Zidane no brillaba como debería. Los italianos, auténticos guerreros, sabían exactamente que hacer con él. Cuando Zizou recibía la pelota, Totti bajaba a por él. Si intentaba alguna floritura, Nesta lo cortaba. Si entraba en el área, Cannavaro lo barría. No iba a ser su mejor noche, pero poco importaba. Un gol de David Trezeguet en la prórroga daba la Eurocopa a Francia. Una Francia en la que el líder había vuelto a ser Zidane, pese a no haber tenido su mejor día en Rotterdam. Otro título para borrar de un plumazo la extraña fama de perdedor que le había comenzado a perseguir. Pero tal vez no era suficiente.
Para Florentino Pérez, inmerso ya en la creación de un Real Madrid plagado de megaestrellas, no había pasado desapercibido el talento del francés. Cocinando el fichaje desde el año 2000, las negociaciones no fueron demasiado fáciles. Finalmente, Zinedine pasaba a engrosar la nómina de galácticos que deseaba Florentino Pérez por la nada desdeñable cifra de 71 millones de euros y pasaría a ser compañero de David Beckham, Ronaldo o Luis Figo, que había recibido el Balón de Oro del 2000 relegando a Zizou a la segunda posición.
Zidane pasó a llevar el número 5 aunque su adaptación al Real Madrid no fue todo la fácil que se esperaba. Aunque su compañero Luis Figo achacó el bajo rendimiento de Zidane a que tenía un nuevo rol en el Real Madrid y debía defender más, lo cierto es que el run rún en el Bernabéu (el eterno run rún) se fue haciendo más notable conforme pasaba el tiempo. Pero Zidane es Zidane y estaba dispuesto a dejar su sello en la historia del club blanco para siempre.
Y así fue. Al margen de una notable progresión conforme se fue asentando en el equipo, a Zidane volvió a bastarle otro momento mágico. Un golpeo de balón para entrar en la historia de Europa y del club blanco.
Fue un 15 de mayo del 2002, en el Hampden Park de Glasgow, frente al Bayer Leverkusen. El Real Madrid se adelantó pronto gracias a un gol de Raúl (el eterno Raúl), pero los alemanes contestaron rápidamente y empataron el partido cinco minutos después por medio de Lucio. Moría la primera parte cuando Roberto Carlos se decidió a correr la banda como haría tantas veces. Puso el balón. Zidane remató de volea. Una volea para la historia. La novena Copa de Europa del Real Madrid reducida a un momento mágico por obra y gracia de Zinedine Zidane. Un empalme preciso con la izquierda para sumar a su palmarés el titulo que le faltaba.
“Hablo más como hincha del fútbol que como periodista y quiero agradecerle a usted el gol que ha marcado porque es el más bonito que he visto en mi vida”. Un periodista escocés se había levantado en la rueda de prensa posterior al partido para dirigirse a Zinedine. “Muchas gracias”, contestó, discreto y en segundo plano, como siempre, el francés. Cuando se levantó, los periodistas le regalaron una ovación.
Sin embargo para la selección francesa las cosas comenzaron a torcerse. Para el Mundial de Corea y Japón de 2002, donde Francia llegaba como flamante campeona, los de Zidane quedaron encuadrados en el Grupo A junto a Dinamarca, Senegal y Uruguay.
Los franceses comenzaron de la peor forma posible, perdiendo 0-1 contra Senegal y ya no remontaron el vuelo. Un empate a cero contra Uruguay y otra derrota por 2-0 contra Dinamarca conformaron su triste paso por el campeonato de 2002. Francia quedaba eliminada, dejando una imagen bastante pobre y sin anotar un solo gol. Brasil ganaría en Corea y Japón su quinto título mundialista. La crisis del combinado francés se agravó en la Eurocopa de 2004 de Portugal. En la fase de grupos, Francia hizo mejor los deberes que en la cita anterior. Venció con dificultades a Inglaterra, con dos goles de Zidane en el descuento, empató con Croacia y venció a Suiza en el último partido, con otro gol de Zidane y un doblete de Henry.
En los cuartos de final, Francia se topó con Grecia, que terminaría siendo la campeona del torneo y un gol de Charisteas los mandó a casa. Zidane lo vio como algo lógico: “Como hemos jugado hoy es normal quedar eliminados, nos lo merecemos. Si hicimos algo en algún momento del partido fue cuando Grecia nos metió un gol. Con un gol en contra sí jugamos, pero ya era muy tarde. Si este equipo se te adelanta, es muy difícil. Se defienden muy bien y lo sabíamos. Pero hemos fallado en todo”.
Francia parecía comenzar a flaquear, a pesar de que Pires lo negase una y otra vez: “No estamos cansados. Es solo que hemos jugado mal. Desde el 2000 esta selección no ha estado a la altura de lo que se esperaba”.
Zidane renovaba su contrato con el Real Madrid hasta el 2007, pero en una reunión con Raymond Domenech dejó claro que no seguiría en la selección francesa y así lo hizo oficial días después en una entrevista.
La gran generación francesa había comenzado a caer y se desmantelaba la vieja guardia. La generación de oro comenzaba a marcharse. Laurent Blanc, Marcel Desailly, Lillian Thuram, Bixente Lizarazu. Zinedine Zidane. “He pasado diez años donde he tenido, sobre todo, momentos muy buenos. Era la hora y esta es mi hora. Es el fin de un ciclo: hay jugadores muy importantes que lo hicieron en 2000 y 2002. Es necesario saber parar un día”.
El último servicio
Cuando parecía que era el final de la trayectoria de Zidane en la selección, ahí estuvo Doménech para insistir una y otra vez. “Raymond vino a verme dos o tres vec- es a Madrid. Negociamos y me dijo que nos quería a los dos: a Makelele y a mí”. Así las cosas, Zinedine Zidane reculaba sobre su decisión de abandonar el combinado nacional y regresaba. Esta vez para portar el brazalete de capitán y para guiar a Francia a la clasificación del Mundial de 2006 que iba a celebrarse en Alemania, ya que les bleus se encontraban en aquel momento en una situación delicada. Eran cuartos en su grupo clasificatorio para el Mundial por detrás de Irlanda, Suiza e Israel. Pero no habría más. Esta vez era la última y Zidane colgaría las botas después de Alemania. También lo había anunciado en el Real Madrid.
El periplo francés en Alemania no comenzó con buen pie y cerca estuvo de ser otro naufragio. Francia empató sin goles en su primer partido contra Suiza y empataron a uno contra Corea del Sur. Con goles de Vieira y Henry lograron vencer a Togo por 0-2 en el último partido y Francia se metió a la siguiente fase como segunda de grupo. Allí esperaba a España. Lo cierto es que Zidane aún no había sacado a relucir todo su potencial. Se había perdido el partido contra Togo por haber sido amonestado contra Suiza y Corea del Sur y en los dos partidos jugados no había estado muy fino. Tampoco sus compañeros.
Las últimas actuaciones de Francia en las grandes citas y la irregular fase de grupos en Alemania no eran la mejor carta de presentación como favorita.
El 27 de junio de 2006 España y Francia se enfrentaron en uno de esos partidos que mueven masas y que generan interés. El diario MARCA, con su habitual sutileza, jubiló a Zinedine antes de tiempo. En España comenzaba a engrasarse el principio de la generación que lo ganaría absolutamente todo, pero aquel día no fue suficiente. Los españoles se adelantaron gracias a un gol de penalti que transformó David Villa. Ribéry empató el encuentro antes del final de la primera parte y a falta de seis minutos para el final del partid Vieira le dio la vuelta. Zidane, claro está, herido en su orgullo, no podía marcharse de allí sin dejar su sello. Marcó el tercero en el 92’. Con 34 años quizá era todavía pronto para jubilarlo.
Francia pareció enchufarse rumbo a la final, derrotando primero a la vigente campeona, Brasil, con un gol de Henry y a Portugal en semifinales con un gol de Zizou desde el punto de penalti. Sin ser la favorita, Francia se había plantado en la final.
El 9 de julio de 2006, en el Estadio Olímpico de Berlín, Francia se medía a Italia por la ansiada Copa del Mundo. Materazzi y Zidane fueron los protagonistas indiscutibles de aquel partido. Zidane abrió el marcador para los franceses a lo siete minutos de partido desde el punto de penalti. Y fue precisamente Materazzi quien lo empató para los italianos. Después llegó lo que nadie esperaba. El partido se había metido en la prórroga. Zizou, cansado de los reincidentes improperios de Materazzi se revolvió y le propinó un cabezazo en el pecho. Tarjeta roja directa para el francés. Zidane abandonaba el terreno de juego cabizbajo, pasando al lado de la Copa del Mundo con los ojos puestos en el césped. Triste final para
una leyenda. Italia terminó llevándose el partido en la tanda de penaltis. Zizou fue galardonado con el Balón de Oro del campeonato, pero poco importaba ya. Era el último servicio de Zidane con Francia.
Un gol de cabeza para un definitivo 3-3 en el partido que enfrentó al Real Madrid contra el Villarreal, fue su último regalo al Santiago Bernabéu. Entre lágrimas, Zidane decía adiós.
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