Perú armó una magnífica selección en la década de los setenta del siglo pasado, lo que le llevo a participar en tres Copas del Mundo: desde la de México en 1970 hasta la de España en 1982. Solo estuvo ausente en Alemania 74. El equipo reunió una nómina de grandes jugadores con el centrocampista Téofilo Cubillas como líder. Todavía hoy, muchos consideran a Cubillas como el mejor futbolista peruano de todos los tiempos.

En México, Perú tuvo una destacadísima actuación. Pasó la primera ronda y cayó en cuartos de final (4-2) ante la poderosísima Brasil de Pelé, Rivelino, Tostao, Jairzinho y demás asatros de la canarinha. En Argentina 78 también se clasificó primera en un grupo y pasó a la segunda ronda, pero esta vez, la goleada (6-0) frente a Argentina, que logró así el pase a la final, extendió una sombra de sospecha sobre la actuación del seleccionado andino. En aquel entonces jugar el mundial de chapas en el barrio con la selección de Perú era un signo de distinción. era un placer dibujar la franja diagonal del equipo, como la del Rayo Vallecano, con los nombres de aquellos grandes jugadores: Cubillas, Chumpitaz, Velasquez, Uribe, Barbadillo…

El poderío de esta generación llevó a Perú a otra cita mundialista más: la de España 82. Quedó encuadrada en el grupo de Italia, Polonia y Camerún. El declive de su generación dorada era ya evidente y Perú quedó eliminado.

Y desde entonces: el abismo. Cada cuatro años la historia acababa siempre de la misma manera: decepción. Los peruanos tuvieron que esperar nada menos que 36 años para volver a ver a su selección volver a una Copa del Mundo. Casi cuatro décadas de amargura en hinchas y en varias generaciones de futbolistas peruanos, que no pudieron exhibirse en el escaparate futbolístico más importante que existe.

La travesía del desierto terminó el 15 de noviembre de 2017, cuando el combinado dirigido por Ricardo Gareca venció a Nueva Zelanda en el “repechaje”. Los goles los hicieron Jefferson Farfán y Christian Ramos y el país fue una fiesta absoluta. Tan grande era la ilusión de los peruanos por volver al Mundial. Treinta y seis años después. Nada menos.

Solo en este contexto se entiende la aparición de dos producciones, un largometraje y una miniserie, que narra los avatares de dos de las principales figuras de la selección peruana: Jefferson Farfán y Paolo Guerrero. La Foquita: el 10 de la calle, es un biopic de Farfán, apodado así por sus compatriotas. Narra el ascenso al estrellato del centrocampista peruano, autor de uno de los goles del partido de vuelta del repechaje. Se trata de una biografía amable en el que se sigue el esquema ascenso-caída-redención, para contarnos cómo los sueños, en este caso los de todo un país, pueden convertirse en realidad. La parte final, con la épica victoria ante los neozelandeses narrada gracias a las imágenes reales del encuentro provoca una emoción de la que es difícil sustraerse. La película está dirigida por Martín Casapía Casanova y el papel de Farfán está interpretado por Jean Franco Robles.

Paolo Guerrero, al que muchos consideran como el mejor jugador peruano de todos los tiempos, por delante incluso del propio Cubillas, que así lo reconoce, es el protagonista de la miniserie Contigo capitán. En este caso la historia que se nos cuenta es más dura: la lucha de Guerrero por poder jugar el Mundial de Rusia tras ser sancionado por dopaje por la FIFA. El esquema de caída-redención es más evidente aún que la historia de Farfán. Los buenos aficionados saben perfectamente cómo acabó la historia, pero esta miniserie de seis episodios, está narrado con brío e intensidad dramática. Paciencia y fe, que es el lema que late durante toda la serie, se configuran como la clave del éxito.

Ambas producciones, que pueden verse en Netflix, en todo caso, de lo que nos hablan en todo momento, es de la enorme ilusión de un pueblo, el peruano, por volver al Mundial y sentirse, de nuevo, parte de la élite mundialista. En este caso no se lucha por ganar, sino por llegar. Cuestión de prioridades, que a veces nos olvidamos que no tiene por qué ser elevadas, pero sí que nos hagan felices.