Seleccionadores y porteros comparten la misma condena: sus apariciones son esporádicas, pero de un nivel de máxima exigencia. Siempre hay alguien esperándoles a la vuelta de la esquina con el arma cargada.  Por eso, no caeremos en el populismo mediático que se enamora de una sonrisa furtiva (la aparición de Joselu) o crucifica al primer desengaño (Escocia). Cinco entrenamientos y dos partidos no dan para conclusiones, pero sí para sensaciones. Y la que nos queda después del inicio de Luis de la Fuente en la Selección es una vieja conocida del Mundial de Qatar: las dudas.

Vistámonos de forenses y analicemos lo que tenemos. Lo que se ve, lo que no y aquello que se olvidó. Comencemos por lo último. Aunque muchos no se acuerden, la primera lista de Luis de la Fuente guarda varias semejanzas con el estreno de su antecesor, Luis Enrique. Ambos se las vieron con fuego real (dos partidos de la Liga de Naciones en 2018 y dos de clasificación para la Eurocopa ahora); impusieron una pequeña revolución (11 jugadores nuevos convocó el asturiano por 15 del actual seleccionador); los dos, ojo, llamaron a Ceballos y Nacho; y, por último, si Lucho apostó por Rodri como sustituto de Busquets, De la Fuente le ha certificado sus galones.

Lo visible era más sencillo de predecir. Si en algo se diferencia el actual seleccionador de la etapa anterior es en su concepción misma del cargo y del fútbol. Para Luis Enrique, la idea (su idea) era el centro de todo, y los futbolistas, pretorianos leales a él y a su forma de comprender el juego. Nada más honroso que morir matando con el 4-3-3 de posesión obsesiva. De la Fuente ha virado el rumbo desde la visceralidad hacia la practicidad. O en ello anda. Ya se han visto las primeras luces en las conferencias de prensa, que han dejado de ser un duelo propio del oeste. También en su declaración de intenciones: concede espacio a los planes B y huye de los conceptos modernos que atacan la pureza del fútbol. Para él los nueve nunca son falsos. Parte de un 4-2-3-1 versátil y con una gama de jugadores amplia para ocupar todos los puestos.

Lo que no veíamos, o no predecíamos, era el mal comienzo ante rivales inferiores como Noruega o Escocia. Es cierto que el primer partido se ganó, pero fue más por un chispazo que debido al peso del juego nacional. Pero no perdamos el norte de la justicia. Como se ha dicho, con tan poco margen de tiempo, es imposible amarrar las costuras de un equipo. Y por ahí mordió Escocia. El partido de Glasgow demostró que lo relevante de los planes B no es tenerlos contemplados, sino que ofrezcan sus frutos cuando los pongas en práctica. Confiemos en que sólo sea falta de ensayo.

Mientras, tenemos que mirar la realidad a los ojos. Sólo así se maneja la frustración, dicen los expertos. España no tiene hoy por hoy ningún jugador top-3 mundial. Ya no juegan Casillas, Puyol, Xavi, Iniesta o Villa. Por tanto, conviene rebajar las expectativas. Remitámonos a las pruebas, los últimos fiascos en los Mundiales. Nos queda el consuelo de que para conquistar el cielo siempre hay que partir desde el suelo.

¿Qué debe de trabajar De la Fuente? La primera enseñanza que podemos obtener de la derrota ante Escocia es que no puedes realizar más cambios entre dos partidos (8) de los entrenamientos que llevas con el equipo. Las ideas, en el fútbol, se convierten en realidad a base de repeticiones, asimilaciones y hábitos. Y eso requiere de equilibrio y paciencia.

La segunda es una herencia envenenada: la defensa. Luis Enrique implantó un modelo amante de lo suicida, es cierto, pero todavía seguimos siendo una verbena atrás. Se vio ante Escocia: errores no forzados, defensas a priori fuertes y seguros superados por flechas azules… que no les engañen: las victorias siempre llegan desde la solidez defensiva.

Así, con un once más o menos reconocible (o al menos una base sólida) y una retaguardia digna de tal nombre, el equipo de Luis de la Fuente podrá pensar en el siguiente paso, y quizás el más decisivo y complicado: la personalidad. No existe ningún equipo que haya triunfado sin ser reconocible. No es necesario mencionar a la Naranja Mecánica, el Milán de Sacchi o al Barcelona de Guardiola. La clave de este punto no es generar un titular más o menos redondo o un reportaje pintoresco, sino que tener alma, un estilo, es el principal bastión al que agarrarte cuando vienen mal dadas. Las reacciones nunca son espontáneas, que se lo digan al Real Madrid en Europa. Ellos lo llaman ADN. Y eso es justo lo que hay que trabajar. Tenemos los mimbres, los jugadores y un seleccionador con plena consciencia de dónde está.

El próximo compromiso es contra Italia, en junio. Hay tiempo para buscar nuestra esencia, pero quizás no tanto como para trabajarla. El sino del seleccionador, ya saben.