Uno de tantos días en los que Liam Gallagher se volvió loco, aseguró que le había poseído el espíritu de John Lennon. Y es que para ser una rock star hace falta ser el dueño de una vida muy ajetreada. Salpicada con mucho alcohol y algo de drogas, claro. Oasis fueron el paradigma de los lads, los fieles seguidores de la trilogía de amigos, fútbol y cerveza. Artífices de la enésima revolución musical en Inglaterra, Oasis renovaron desde el rock, la cultura británica a mediados de los noventa.
El Partido Conservador había alcanzado sus más altas cuotas de miseria de la mano de Margaret Tatcher que dejaba su cargo a John Major en 1990. Políticamente el gobierno torie estaba más que tocado. En 1997, con la entrada de Tony Blair y el laborismo en la sociedad inglesa, el Partido Conservador certificaría su hundimiento.

En la calle y en los garitos, tras la revolución punk, la cosa se había vuelto un poco muermo. Los que berreaban el Anarchy in the U.K. ya eran cuatro abuelos que aburrían con sus batallitas y se terminaba de dilapidar al moviemiento oi! y skin por su relación con el hooliganismo. El llamado post-punk se había convertido en referencia, el techno y el acid house hacían las delicias de los que invertían la noche en diversión mezclada con diversas sustancias y lo único que había conseguido el rock era aburrir al personal con el shoegaze, cuyo máximo exponente eran My Bloody Valentine. Los Stone Roses estaban de parón y el movimiento por excelencia a nivel global, el grunge, iba a terminar en el momento exacto en el que a Kurt Cobain le dio por pegarse un tiro abrumado por el éxito y la fama de un Nevermind que batía records.

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Era un tiempo en el que triunfaba el humor inglés y las comedias británicas levantaban las carcajadas por toda Europa y más allá.

Una de las cabezas visibles era Hugh Grant, uno de los actores de la época. Por entonces, antes de algún lío con prostitutas, y de la falta de imaginación de los guionistas ingleses, era gracioso.
En el fútbol se vivía un momento de reconversión. Al ritmo del Parklife de Blur, seguían sonando los ecos de la maldita tragedia de Hillsborough de aquel 15 de abril de 1989. Los hooligans seguían a lo suyo aunque ya nada iba a ser como antes. Los skins que quedaban, como animales en especie de extinción, comenzaban a juntarse en los pubs a beber cerveza y dar voces. Algunas veces en los aledaños de los estadios. Ir al fútbol se había convertido en un deporte de riesgo en sí y las nuevas leyes que habían entrado en vigor no dejaban mucho margen de acción a los grupos de aficionados más revoltosos.

definitely maybe (1994)
Álbum de debut de la banda y que se convertiría junto al “Parklife” de Blur en la referencia indispensable del britpop. Compuesto en su totalidad
por Noel Gallagher, el disco fue no 1 en Reino Unido con himnos como “Live Forever”.

(what’s the story)
morning glory? (1995)
Indispensable. Su éxito mundial que alcanzó el no 1 en Reino Unido y EEUU.
Es el cuarto álbum más vendido de la historia de Inglaterra. Su himno generacional: “Wonderwall”. Fue el comienzo de la batalla del britpop con Blur.

be here now (1997)
Oasis en la cima de la fama. Cantidades ingentes de droga, alcohol y un Liam y un Noel que no podían ni verse. Vendieron 420.000 copias el mismo día de su lanzamiento, aunque hoy está con-
siderado como un disco pretencioso y repetitivo.

standing on the shoulder of giants (2000)
El comienzo de la deriva psicodélica. Fue uno de sus discos menos vendidos y aún así es uno de los mejores considerados, aunque ha perdido fuelle.

Contiene, entre otras, el “Go Let It Out” y “Who Feels Love?”

don’t believe the truth (2005)

El comienzo de la deriva psicodélica.
Fue uno de sus discos menos vendidos y aún así es uno de los mejores considerados, aunque ha perdido fuelle.

Contiene, entre otras, el “Go Let It Out” y “Who Feels Love?”

Liam Gallagher cuenta que se hizo del Manchester City por llevar la contraria. No es extraño verlo en las gradas, parapetado en grandes abrigo, tras unas inmensas gafas de sol y desgañitándose
con las estrofas del Hey, Jude de los Beatles.
La generación que puso de moda el britpop, salvo algunas excepciones demasiado undergrounds o alguna que otra banda femenina como Elástica, antítesis de la Santísima Trinidad seguida
por los lads, pudo disfrutar sobre el césped de los primeros pasos de la Premier League.

 

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Hillsborough trajo la llamada Football Spectator Act y el Informe Taylor. La transformación que viviría el fútbol británico comenzaría imparable en 1990 y culminaría en nuestros días, cuando la Premier League está considerada una de las mejores ligas del mundo. Por entonces, aquellos chavales que se peinaban de cualquier manera al levantarse y berreaban un Some Might Say en cualquier pub o en la calle hinchados a pintas, disfrutaban de sir Alex Ferguson y de una de las mejores generaciones de la historia del Manchester United.

Ciertamente los estadios iban a sufrir una transformación. La gente iba a comenzar a ver el fútbol sentadida, sin nada de vallas y sin las típicas localidades de pie. Entraban las cámaras de vigilancia, el control de las entradas, la prohibición del alcohol en los recintos y los terrenos de juego embarrados y en condiciones pésimas iban a dejar paso a verdaderas e impolutas praderas verdes tratadas con demasiado mimo.
En apenas unos años, a finales de los 90, el fútbol se mantuvo.

Es más, la Premier creció hasta límites insospechados. Perdidos entre batallas, hartos de beber y de drogarse, locos por experimentos psicodélicos y gracias a unos cuantos albumes que ya resultaban demasiado cansinos y repetitivos, el britpop cavaba su propia tumba.

De vez en cuando todavía alguien se atreve a cantar el Wonderwall cuando lleva un par de cervezas. Siempre ha habido outsiders.