Existe algo casi tan doloroso como sufrir una lesión. Y es causar una de gravedad. No padeces dolor físico, no provoca el retiro momentáneo ni acarrea una dolorosa recuperación. Pero el daño moral y el recuerdo colectivo permanecen. Te señalan.
1 de febrero de 1998. Celta-Atlético de Madrid. Empate a uno. En el minuto 70, el menudo mediapunta del club rojiblanco encara la frontal del área, pero es derribado en una brutal entrada que se lleva por delante su disparo y su pierna por el lateral derecho gallego. Juninho y Míchel Salgado, una historia que todavía produce dolor recordar. Y mucho más si se vuelven a ver las imágenes.
La temporada 97/98 se inició con mucha ilusión en el Calderón. Después de brillar en el Boro inglés, Jesús Gil desembolsó 3.000 millones de pesetas por un brasileño que hacía diabluras en el puesto de todo un mito rojiblanco, Pantic. Sentarlo fue más digerible tras ver cómo funcionaba su dupla con Christian Vieri.
Radomir Antic supo comprender que el genio brasileño necesitaba libertad para expresar todo el fútbol que llevaba dentro, y en aquel Atlético de Madrid el 7 colchonero gozó de plenos poderes. Sin embargo, aquel fatídico encuentro en Vigo cambiaría para siempre su destino en el Atlético de Madrid. Juninho había marcado el primer gol de los suyos y se encaminaba hacia el segundo, pero terminó con el peroné y casi todos los tendones rotos. Sorpresivamente, el árbitro, Gracia Redondo, ni señaló falta (hoy se hubiera clamado al VAR), pero Salgado no se quedó sin sanción. O al menos eso pareció.
El Comité de Competición tuvo que actuar e impuso cuatro partidos y 500.000 pesetas de multa al defensa, que en caliente declaró que entradas como la suya se ven “cada fin de semana”. Lo que resultó novedoso fue la reacción de la afición del Celta ante el castigo impuesto a su jugador. Salieron a la calle para protestar por lo que ellos consideran una injusticia y le dieron fuerza a la apelación del Celta, que consiguió que Míchel se quedara finalmente sin ninguna penalización.
Después de más de tres meses en el dique seco, Juninho volvió. Pero su Atleti ya estaba en pleno volcán de entrenadores. Antic fue sustituido por Sacchi, que nunca tuvo en consideración al brasileño. Tampoco Ranieri, del mismo gusto por la táctica que el padre del gran Milán. Así que el brillo de Juninho tuvo que regresar en su tierra, en el Vasco da Gama, donde recuperó su mejor versión.
El caso de Juninho y Míchel Salgado, aunque no tuviera repercusiones punitivas para el segundo, supuso un punto de inflexión respecto a la gravedad que había que otorgar a las entradas por detrás, contempladas con lupa a partir de entonces.