Andy Van der Meyde era una promesa, pero su fútbol acabó consumido entre alcohol y cocaína. «Verle entrnar era una barbaridad. Lo tenía todo y se quedó sin nada. Todos los que jugamos con él creíamos que iba a llegar a ser el mejor». Van der Meyde fue siempre el talento destacado de su generación, tanto en el Ajax como en la selección. Parecía que las bandas de Países Bajos tenían el relevo asegurado. De él se decía que iba a mejorar al mismísimo Rep, considerado el mejor extremo de la historia del país.

Después de la década dorada de los 90, era 2002 y el Ajax tenía equipo de jóvenes talentos entre 18 y 22 años que iba a dominar el país y quién sabe si Europa si conseguían retenerles. Maxwell, Chivu, Ibrahimovic, Van der Vaart, Heitinga, Sneijder, Pienaar, Mido, Stekelenburg…

Pero claro, eran jóvenes con dinero y mucho tiempo libre. Por las noches, la A10, la autopista circular de 32km de Ámsterdam, era su circuito de carreras ilegales. «Mido venía cada día con un coche, pero Zlatan siempre iba con su Mercedes», desvela el propio Van der Meyde.

De la mano de Ronald Koeman, aquel Ajax ganó el Triplete en 2002. Y Van der Meyde, que era el mayor (22) de esa camada de imberbes, se sintió invencible. «Desde el día que debuté, me sentí un Dios. Tenía todo el dinero del mundo y podía gastarlo en lo que quisiera».

Si había alguien que podía poner algo de cordura, ese era el capitan, el checo Galásek (28 años), pero era difícil, porque era uno de los que más disfrutaba de la vida. «Galásek fue quien me dio mi primer cigarro y me inició a fumar tabaco de manera habitual», dice Van der Meyde.

Pero aquel Ajax, en la 2002-03, no pudo revalidar su título de Liga. Se topó con algo inesperado: el PSV de Guus Hiddink, que jugaba como los ángeles y que tenía una pareja de jugadores que asombró la Eredivisie: Kezman (35 goles ese año en 33 partidos de Liga) y Robben.

Y el Ajax comenzó a vender sus piezas. En verano de 2003, Van der Meyde, que había hecho su mejor año pese al fracaso colectivo, se marchó al Inter de Milán por 12M€. Fue entonces el traspaso más caro de la historia del equipo neerlandés de un Inter que necesitaba reforzarse.

Cúper, su máximo valedor, apostó por él a inicio de temporada, pero no así Zaccheroni, que llegó al equipo a las pocas semanas cuando Cúper fue destituido. Tampoco Mancini, que fue el técnico la campaña siguiente. Y el extremo neerlandés encontró cómo matar el tiempo.

Llevaba un tren de vida insostenible para un futbolista profesional. Seguramente aquello había influido en su bajón deportivo. No era importante, apenas era titular y solamente fue un revulsivo en aquellos dos años de experiencia italiana. El alcohol y la fiesta eran frecuentes.

Tenía problemas de pareja con su novia. Vivía en las afueras, en una mansión. Había días que ni se veían. Llamaba a su casa ‘Mi zoo’, porque ahí tenían tortugas, loros, caballos y perros. «Un día llegué a casa y mi novia había metido un camello en la parcela».

Van der Meyde no era consciente y solo lo sería años después, pero estaba sumido en una depresión. «Salía los sábados y los domindos. Pero también lunes, martes, miércoles… Bebía a todas horas porque era la única forma que tenía de no pensar en todos los problemas que tenía».

Van Basten, seleccionador neerlandés y con ‘informadores’ en Milán por motivos obvios, fue consciente de las salidas del extremo. Por eso, pese a que Andy había sido indiscutible en los últimos dos años con la selección, desde la llegada de Van Basten no volvió a contar.

Así, cuando en verano de 2005 llegó el Everton a por él, todos lo vieron con buenos ojos. Los ingleses ponían 10M€ (por lo que el Inter casi cubría toda su inversión). «Me iban a pagar en la Premier más del doble de lo que cobraba en el Inter, así que ni me lo pensé».

«Lo primero que hice al llegar a Liverpool fue comprarme un Ferrari y emborracharme toda la noche en uno de los locales más famosos de la ciudad». Y aquello, que se vendía como una celebración, no era más que el día a día del jugador. Y todo iba a ir a peor con el tiempo.

Aquel Everton olía a grandeza. Era 2005, había terminado en cuarta posición (su mejor en décadas) y se iba a jugar la previa de Champions League ese verano (quedó eliminado ante el Villarreal). David Moyes consideraba que el neerlandés era recuperable… Pero no. No era así.

La llegada a Inglaterra solo supuso un mayor problema para un futbolista que añadió a su dieta la cocaína (y apuestas). La mezclaba con alcohol y con otras pastillas que conseguía para mitigar su dolor, ya fuera físico por los entrenamientos o por sus problemas de salud mental.

«Iba de fiesta en fiesta. A veces solo iba a casa a por ropa y a mi novia le decía que me tenía que ir de concentración. Bebía sin parar, la cocaína estaba a la orden del día y a veces había cosas un poco más fuertes que me las tenía que ingeniar para robárlas al médico del club»

«Fui una vez a Manchester de fiesta. Me bebí una botella de ron entera yo solo y llegué justo a la hora del entrenamiento sin tiempo para descansar. En el entreno hice los mejores tiempos físicos, pero todo el mundo sabía de mi estado. No podía esconder que iba borracho». Apenas saltó al césped. Se pasó el curso entre lesiones y fuera de forma. Solo jugó en 11 ocasiones (el Everton aquel año jugó 50). Su primer año había sido un fracaso. El segundo iba a ser peor cuando, a días del inicio, fue ingresado por insuficiencia respiratoria.

Aunque esa fue la versión oficial, la realidad es que el club había intentado ayudarle con sus problemas. Cuando, una vez con el alta, y dándole una segunda oportunidad, faltó un par de veces a entrenar, David Moyes le suspendió y le mandó con el equipo reserva.

La 2007-08 fue inédita para él. Apenas sumó un par de convocatorias y se pasó toda la temporada tratando de solucionar sus problemas de adicción. La vida en Liverpool suponía muchos problemas y pero cuando quiso recuperar su tonó físico, se dio cuenta que era demasiado tarde. Tenía solo 29 años, pero se sentía como un anciano. Aquel extremo vertiginoso que era inalcanzable se había vuelto lento, terrenal, incluso torpe. En su cuarta y última temporada con el Everton apenas tuvo dos presencias y unas cuantas lesiones.

Salió de la Premier y se ganó una prueba con el PSV, pero nunca llegó a tener la oportunidad de jugar. Por eso, con 30 años y tras intentar jugar en equipos menores del país, Van der Meyde decidió colgar las botas. Había tirado por la borda los mejores años de su carrera. Jugó un breve periodo de tiempo en un equipo de cuarta división del país, ya en categoría amateur, y en 2012 se alejó definitivamente del balón. En 2014 retornó al Ajax para ayudar a las categorías inferiores, lo que le acercó a su ex mujer y a sus hijas para recuperar su vida.

Hoy, Van der Meyde luce mejor que en algunos de sus años de futbolista. Totalmente rehabilitado, ayuda a deportistas, entrena y desde hace tiempo tiene un canal de charlas distendidas con personalidades famosas del país que graba y realiza en su coche que ha tenido mucho tirón.