En el fútbol profesional, donde deporte y negocio se unen, se realizan acciones que, erróneamente, dejamos que copie la base.
Cada fin de semana, se inundan las gradas de los campos de fútbol de los barrios. Padres, madres y todo tipo de familiares y amistades, aúnan voces, vítores y cánticos para animar a niños y a niñas. Un fin de semana familiar que puede comenzar con un desayuno nervioso, preparar el bolso, seguir con un partido y terminar con un almuerzo en un restaurante cercano al campo. Entre plato y plato, fotos del partido, vídeos de diferentes acciones y risas aseguradas. Hasta ahí ideal, ¿verdad?
El párrafo anterior describe lo que debería ser el fútbol base, un juego donde la base y la familia se divierten y disfrutan del deporte de manera sana. Pero no siempre es así, todo se complica cuando imitamos comportamientos que no debemos o cuando no reconducimos situaciones prefiriendo premiarlas para terminar convirtiendo a niños y niñas en personas adultas eliminando la inocencia e ingenuidad de la niñez. Creerás no saber de lo que escribo, pero créeme, lo sabes bien e incluso puede ser que llegues a identificarte.
En esa misma mesa del restaurante del que anteriormente cité, la madre comienza a mirar su carrete y mostrar a su hija las fotos que ha sacado del partido, las gradas y de las instalaciones. Un bonito recuerdo para el álbum familiar. Su padre decide entrar en las redes sociales del club y allí observa lo posteado: fotos de un niño imitando la forma de correr de Rüdiger, otro dando vueltas como Neymar y un tercero celebrando un gol en solitario ante la cámara al estilo Mbappé. Un horror, ¿verdad? Ninguno con estilo propio, nadie corrigiendo esos comportamientos y todos riendo la gracia.
¿Crees que he terminado? No, la cosa empeora. Mientras niños y niñas van creciendo, su familia protege su imagen no permitiendo mostrar su cara en redes sociales poniendo un emoticono o una imagen borrosa. Luego llegan a un vestuario, ganan un partido y se sacan una foto donde algunos muestran tres dedos a modo de tres puntos, dos señalando victoria y otros muchos sin camisa. Si los dos primeros comportamientos son más que reprobables en categorías que pueden ir de benjamín a juvenil, la tercera es un insulto a la Ley de Protección del Menor, es dar la espalda a todo lo que hacemos para preservar, custodiar y amparar la imagen e intimidad de cada niño y cada niña que juega a un juego mientras hace deporte. Por favor, paremos.