Existen lugares donde todo es posible. Sitios donde los escépticos pierden razones y los creyentes acumulan milagros para señalar su carné de socio y presumir de fe. Y uno de ellos es, sin duda, el Santiago Bernabéu. Desde tiempos en los que las camisetas estaban huérfanas de obligaciones comerciales, el Real Madrid registra una colección de imposibles que hacen que el equipo, generación tras generación, confíe en la mística de su estadio.

El Santiago Bernabéu saca a relucir su cubierta retráctil para el Real Madrid - Villarreal

Fotografía: elespanol

Tratar de explicar lo inexplicable nos hace recurrir a argumentos que se sostienen en espíritus y sentimientos, pero resulta interesante desbrozar el misterio. Todo suele comenzar con una derrota. Pero uno una cualquiera, sino de las que duelen en el orgullo propio e inflama la confianza del que la consigue. ‘Los hemos matado’, piensan. Y lo cierto es que la prensa los acompaña y los lleva a regocijarse en el error. El Madrid sangra, pero nunca muere. El siguiente paso es el origen de la conjura, el germen de la remontada, que anida en el corazón de uno de los baluartes y se extiende entre los compañeros como pólvora inflamada. No importa haber caído por tres, cuatro o cinco goles. Está el Bernabéu y queda su magia. A continuación, esa irracional convicción se traslada al aficionado, que, para sorpresa de sus amigos de bufanda contraria, empieza a esbozar una temeraria sonrisa. ‘¿Es que queréis más’, se les podría preguntar; a lo que ellos responderían con un enigmático ‘esto todavía no ha comenzado’. La mecha ya ha prendido.

Entonces entra en escena el propio Bernabéu, desde sus aledaños, donde se comienza a levantar un vendaval que continuará en el césped ante la atónica mirada de los rivales y la perplejidad del mundo del fútbol. ¿Cómo es posible que los mismos tipos que hace una semana no acertaron a vislumbrar la portería contraria parezcan jugar con el campo inclinado a favor? Valdano, verbo blanco, lo definió hace mucho como miedo escénico. Y lo cierto es que desfilan jugadores, entrenadores, aficionados y, como el dinosaurio de Monterroso, el miedo sigue ahí.

Las últimas remontadas de la Decimocuarta, contra PSG y Manchester City, sólo actualizaron el concepto. Si en capítulos anteriores el Madrid recuperaba su poderío nada más comenzar el partido en su estadio, en estas ocasiones, sobre todo contra los franceses y los ingleses, le bastaron los últimos minutos del partido para seguir alimentando el monstruo blanco.

Y, si han llegado hasta aquí sin creerse nada, hagan un ejercicio tan sencillo como clarividente. Vuelvan a ver los gestos de Guardiola en aquella vuelta de las semifinales, desde que su equipo se adelantó -con expresiones claras de que no era suficiente- hasta cuando los blancos empatan -como el que ve el alud venir- y tras decretar el colegiado seis minutos extra  -la resignación del que se sabe vencido por algo más fuerte que su empeño y su talento-. ¿Por qué? Por el fenómeno del Santiago Bernabéu. Eterno. Irreductible.