Desde que el mundo es mundo toda persona en sus primeros pasos sin importar su condición al ver rodar una pelota, saca su instinto mas primario y como si estuviera metido a fuerza en nuestro ADN le da un puntapié a cualquier cosa que ruede y bote.
No se necesita destacar para saber que cualquier persona en un infancia buscaba la manera de poder distraerse y jugar y para ello, el ingenio salía a flote sin importar el estatus de cada uno. Todos en algún momento recordamos en el recreo del colegio en coger el envoltorio del bocadillo de ese día y convertirlo en una pelota improvisada.
En ese momento en que conseguías tener un “esférico” para jugar al fútbol, se te olvidaba todo y tu mente y tu cuerpo se preparaban para lo que para ti era casi como jugar una Champions.
Esa misma sensación no se repetía cuando con tu balón de reglamento ibas a la pista del barrio a tirar unos chutes con tus amigos, el contexto era diferente, como si el subconsciente nos indicara que no se necesita grandes lujos para disfrutar del fútbol.
La otra cara de esto sin embargo se encuentra el hacer una bola ya no de papel sino de trapo o cualquier tejido al que darle forma para convertirlo en el mismísimo Adidas Questar.
En este caso la mente se agudiza por necesidad y no por una carencia puntual ya que el niño que hace una pelota de papel de aluminio al acabar deshecha esa pelota porque sabe que al l legar a casa tiene otro de cuero esperándolo.
En las zonas mas humildes sobre todo África y Sudamérica, reciben en forma de donación balones de reglamento que una vez que se desgastan no lo dejan morir y lo cosen mil veces para poder utlizarlo mucho más tiempo. Muchas de las veces dándole uso en campos no de albero, de tierra donde esos balones estén como estén hacen felices a cada una de las personas que en ese momento están participando del partido.
Para terminar una de las imágenes que también por desgracia se ve a menudo es la de niños y niñas jugando a la pelota entre escombros de los que un día fueron su casa por culpa de una guerra. Para que luego digan que el fútbol no sana.