La utilización del deporte en la política es algo tan antiguo como la propia actividad deportiva. Todo tipo de regímenes lo han hecho, los democráticos y los totalitarios. No es algo
de pasado, ni mucho menos. En la Unión Soviética se tomaron el deporte como una cuestión de estado. De hecho, fue el primer país del mundo en constituir algo así como un ministerio de deportes, el Comisariado Supremo de la Cultura Física, que tiene su origen en 1920. De ahí surgió un primer programa para fomentar el deporte en la población y subvencionarlo o un periódico exclusivo de deportes. Ese interés por la cultura física convirtió a la Unión Soviética en una superpotencia deportiva que compitió con Estados Unidos en un duelo sin cuartel. La Guerra Fría extendió rápidamente sus tentáculos al deporte y los terrenos de juego fueron nuevos campos de batalla en los que era importantísimo ganar.
Para entender la cultura deportiva soviética y su fútbol hay que contar primero como se articuló aquel Comisariado Supremo de la Cultura Física. La manera de centralizar el deporte y organizarlo fueron las SSSR, las Sociedades deportivas voluntarias. Algo así como clubes o escuelas deportivas que agrupaban a todas las disciplinas y por las que pasaron millones de niños.
Con sus matices, el sistema era brillante y los resultados y éxitos del deporte soviético fueron espectaculares. Aquellos centros de formación eran capaces de convertir a un esmirriado niño de madre vasca en uno de los mejores jugadores de la historia del hockey hielo: Valeri Kharlamov. En una entrevista en Jot Down el jugador de baloncesto Chechu Biriukov, también hijo de una niña española exiliada a Rusia durante la Guerra Civil, contaba que «la estructura de la Unión Soviética era magnífica para el deporte. Para cualquier deporte». Comentarios similares los han realizado deportistas que se formaron en aquel sistema como Talant Dujshebaev o Dima Popov. Sin entrar en política. Objetivamente, era un buen sistema para el deporte base.
Los clubes de fútbol estaban ligados a esas Escuelas, a su vez auspiciadas por los grandes organismos estales: el Torpedo era el club de la fábrica de automóviles ZIL, el Lokomotiv, el de la red de ferrocarriles, el Dínamo, el conjunto de la KGB, el CSKA, el del ejército o el Zenit, el de los trabajadores de la industria armamentística. Luego, al pueblo, de la gente oprimida, y al Estado aquella pieza de Tetris nunca le encajó correctamente. Curiosamente, el secretario general del Partido Comunista de la glásnot (“apertura”) y la perestroika (“reconstrucción”), Mijaíl Gorbachov, también era aficionado el Spartak. Se solía decir en la Unión Soviética que los niños eran seguidores del CSKA de Moscú mientras duraba su infancia, luego cumplían 18 años y eran llamados a filas obligatoriamente. En el ejército comprobaban la cruda realidad y dejaban de ser hinchas del CSKA para siempre para engrosar las filas de hinchas del Spartak.
“El comisariado supremo de la cultura física estaba organizado en las sociedades deportivas voluntarias. algo así como escuelas deportivas que agrupaban a todas las disciplinas. con sus matices, el sistema era brillante y los resultados y éxitos del deporte soviético fueron espectaculares”.
La relación de la KGB con el fútbol existió desde su inicio. En realidad, el cine y la literatura han inmortalizado estas siglas, quizá menos populares en la Unión Soviética, gracias a su pugna con la CIA. El Comité para la Seguridad del Estado, que es lo que significa KGB, surgió en 1954 pero antes fue lo mismo con otros muchos nombres: Cheka, GPU, OGPU, NKVD, MGB… El Dinamo de Moscú, el equipo del Ministerio del Interior,
de la policía, fue fundado en 1923 por Félix Dzerzhinsky, fundador también de la Cheka, la organización de inteligencia política y militar cuyo único objetivo era eliminar y liquidar todo movimiento contrarrevolucionario. Depurar a los enemigos del régimen. En realidad, Dzerzhinsky rebautizó un club anterior que había sido fundado por dos empresarios textiles ingleses, los hermanos Charnock, y borró todo lo anterior.
Fiel reflejo de su habitual manera de actuar.
De aquella policía bolchevique surgiría luego la KGB, el GRU y todas sus siniestras ramificaciones. Todo era lo mismo, aunque con diferentes siglas. Al final, era la policía.
Esa que podía echar la puerta debajo de tu casa en plena madrugada. Y la policía, el GPU, con su Dínamo ganó la primera liga soviética en 1936. Parecía claro quién movía los hilos dentro de la Unión Soviética y eso era lo que se reflejaba en los tegunos de ellos tenían sus ‘filiales’ fuera de Moscú, en otras repúblicas de la Unión Soviética. Este sistema pretendía también borrar de los equipos cualquier atisbo de nacionalismo o de sentimiento regionalista. No cabía convertir a los clubes en símbolos de la resistencia al poder de Moscú, era preferible que se vinculasen a un sindicato u organización y las numerosas repúblicas del territorio adoptaban también sus propios Dínamos o CSKAS. Las autoridades nunca consiguieron su objetivo, de hecho era un secreto a voces que en las concentraciones de la selección soviética de fútbol de los años ochenta los rusos iban por un lado y los ucranianos por otro. Lo mismo ocurría con las disputas del potente Dínamo de Kiev ucraniano con los clubes moscovitas en el campeonato liguero, que generaron muchas tensiones políticas dentro del Partido Comunista. Cuando el Aranat de Ereván armenio ganó la liga soviética en 1973 un sentimiento nacionalista invadió toda la república y lo mismo había ocurrido en Georgia con el Dínamo de Tiflis en 1964.
Todos los equipos representaban a algún estrato concreto de la sociedad soviética excepto el Spartak de Moscú. La nota discordante del aquel entramado. Para algunos rusos ser aficionados del Spartak era una forma de decir no al sistema. Era el club del pueblo, Narodnaya Komanda,
bautizado Spartak en honor a Espartaco, el gladiador que intentó libertar a los escla- vos de Roma. La intención desde su origen no podía ser un guiño más evidente. Y eso que las autoridades intentaron cambiar la denominación del equipo en varias ocasiones y reconducir sus ‘valores’ al ligarlos a ciertas actividades o a una zona concreta
de la capital. El Spartak estuvo asociado a los trabajadores de la industria alimentaria, a la cooperación industrial o al distrito de Red Presnya, pero sin éxito. Aquello nunca caló entre la gente. Era el equipo del terrenos de juego.
La memoria de Félix Dzerzhinsky, Félix de Hierro, es todavía venerada por los nostálgicos soviéticos y en el museo del FSB (aunque todo el mundo siga llamando a
la agencia de inteligencia rusa la KGB) se exhiben su máscara mortuoria en bronce y su espartana mesa de trabajo. Todo lo contrario sufrió su estatua de homenaje, que fue derribada en la revuelta popular contra el régimen comunista de 1991. Ahora la monumental figura de hierro se encuentra relegada a un parque periférico con menos visibilidad, aunque dirigentes políticos actuales, vinculados a Putin, alaban públicamente a Félix Dzerzhinsky, pese a encabezar el Terror Rojo y ser la mano ejecutora de Stalin. Podría haber ordenado y ser responsable de los fusilamientos sin
juicio alguno de más de 50.000 supuestos traidores al régimen. La mayoría acusados de algo tan poco creíble como de ser espías.
Félix Dzerzhinsky no fue muy aficionado al fútbol, pero enseguida comprendió el poder político que tenía este deporte. Eran los dirigentes del pueblo y a los ciudadanos rusos les encantaba, así que no tardaron en apropiarse de toda su estructura. El régimen comunista sovietizó el fútbol a su manera, por ejemplo prohibiendo todas las palabras anglosajonas que se emplea-
ban en él, incluyendo “football”, que pasó a denominarse nozhnoi myach, balompié. El Dínamo fue el primer club de fútbol soviético que fundó el régimen comunista.
El director de la policía soviética más vinculado al fútbol fue sin duda Lavrenti Pavlovich Beria, que también fue presidente del Dínamo de Moscú, además de jefe del servicio secreto, el NKVD, hasta que murió ejecutado en 1953 acusado de ser un agente imperialista. La acusación de moda. Beria siempre estuvo obsesionado con el fútbol, deporte que practicó a buen nivel.
El georgiano fue un extremo izquierdo (no podía ser otra cosa) durísimo, un perro de presa con grandes condiciones físicas.
En la política marcaba igual a sus detractores que a los extremos contrarios en el fútbol.
Era implacable y violento, a veces, brutal y también utilizaba todo tipo de artimañas y el juego sucio tal y como había hecho en los terrenos de juego. Amedrentaba. «¿Quizá un pelotón de ejecución sería una buena defensa?», le espetó al entrenador de su Dínamo de Moscú tras una derrota.
“LA MEMORIA DE FÉLIX DZERZHINSKY ES TODAVÍA VENERADA POR LOS NOSTÁLGICOS SOVIÉTICOS. DIRIGIENTES POLÍTICOS ACTUALES, VINCULADOS A PUTIN, LO ALABAN, PESE A ENCABEZAR EL TERROR ROJO Y SER LA MANO EJECUTORA DE STALIN”
No acabó ahí su reprimenda, le mandó seguir, investigar y hasta le encarceló sin motivo. Futbolistas que le habían plantando cara en el campo de fútbol o árbitros que le mostraron cartulinas amarillas en su época de jugador también sufrieron su ira cuando alcanzó el poder. Y eso que habían pasado décadas desde los incidentes en el terreno de juego.
Nikolai Starostin, extraordinario jugador de fútbol y hockey hielo, fundó el Spartak para competir con el Dínamo que dirigía Beria. Ambos habían tenido sus más y sus menos ya de jugadores y por aquel enfrentamiento Starostin terminaría preso. Solamente el hijo de Stalin, Vasili, pudo sacarle de Siberia, aunque fuera para darse el capricho de que entrenara a su equipo. Para los oligarcas rusos, modernos o antiguos, tener bajo su mando un club de fútbol resulta irresistible. Aunque oficialmente figura como fundador del Spartak Ivan Artemiyev, a él le acompañaron un pequeño grupo de deportistas entre los que destacaban Nikolai Starostin y sus tres hermanos pequeños quienes verdaderamente impulsaron a la institución.
Esa disputa deportiva, política y personal entre Beria y Starostin alcanzó su cénit en 1939. El Spartak y el Dínamo se enfrentaron en unas semifinales de Copa.
El equipo del pueblo derrotó al del ministerio del interior en un derbi moscovita apasionante. Beria, fuera de sí, movió los hilos en la federación y borró todo rastro de la derrota de su equipo programando una repetición del choque, aunque el Spartak ya había ganado la final copera
El Spartak volvió a ganar la semifinal y el dirigente de la policía secreta intentó asesinar a Nikolai, que tuvo que ser protegido por otras personalidades importantes de la cúpula dirigente y sobre todo por su popularidad. Beria terminaría llevando a juicio a la estrella del Spartak, que fue detenido en 1942 junto con sus tres hermanos. Les acusaron de algo tan improbable como de conspirar para matar a Stalin.
Pese a que el caso fue desestimado Starostin terminó diez años en un gulag siberiano acusado de hacer apología del deporte burgués. En 2003 se desclasificó un documento en el que se revelaba que la condena había sido en realidad por el robo y posterior venta a su beneficio de material deportivo en las tiendas que debía supervisar. Esos trapicheos a pequeña escala en el mer-
cado negro soviético eran algo normal y Beria aprovechó cualquier excusa para condenarle. Incluso ordenó que borraran de los pies de fotos de la historia del Spartak a los cuatro hermanos Starostin, que pasaron a ser anónimos.
Cuando en 1948 el hijo de Stalin llevó de vuelta a Moscú a Starostin para entrenar a su equipo, el de las fuerzas aéreas soviéticas, el VVS, Beria montó en cólera y le dio 24 horas para huir de la ciudad. Vasili Dzhugashvili, el hijo de Stalin, y el mandatario de la policía secreta mantenían una pugna por el control del Partido así que el exfutbolista se había convertido en un arma arrojadiza.
Nikolai Starostin escribía en sus memorias que el gulag «para la mayoría de la gente el fútbol era la única, y en ocasiones la última, oportunidad de conservar en sus almas una pequeña reserva de simpatía y sinceridad a sus semejantes».
Curiosamente, en la Unión Soviética el Komitet temía al fútbol especialmente.
La KGB incluso elaboró sesudos informes sobre una posible revuelta surgida en los estadios y encabezada por los aficionados del Spartak de Moscú, el club con más seguidores de la URSS. Espartaco se podía alzar de nuevo contra el Imperio. El club no tenía estadio propio, aunque habitualmente actuaba de local en el Olímpico Luzhnikí, el Estadio Lenin (inaugurado en 1956), el más grande del país y sólo a cinco kilómetros de Kremlin. Era una manera más de control. En caso de protestas hubiesen sido capaces de desterrar a todo el club, afición incluida, a Siberia.
Los gerifaltes comunistas se tomaron muy en serio la publicidad internacional que otorgaba el deporte. No había mejor propaganda para demostrar al mundo que la juventud soviética era superior a los corruptos y alienados jóvenes de Occidente ya fuera en fútbol o ajedrez. La deserción en 1976 del Gran Maestro de los tableros Víktor Korchnói, que tuvo que dejar atrás a su mujer y a su hijo, había supuesto un drama nacional, aunque hubo otras, sobre todo en países satélites como la República Democrática Alemana o Hungría, tanto de futbolistas como de aficionados, de los pocos que lograban permiso para viajar para animar a los clubes en las competiciones internacionales.
La huida más famosa en el fútbol tras el telón de acero fue la de Laszlo Kubala, que huyó de la Hungría comunista después de un partido. El delantero tuvo que esconderse en la parte de atrás de un camión y disfrazarse de soldado soviético. Posteriormente, su familia tuvo que cruzar el Danubio a nado para seguirle.
El servicio de inteligencia soviético era capaz de silenciar una deserción o una tragedia de dimensiones colosales. En 1982, en una eliminatoria de la Copa de la UEFA entre el Spartak y el Haarlem holandés, una avalancha de público originó una catástrofe con centenares de víctimas mortales.
La famosa agencia Tass nunca dio la noticia a la población soviética. Ha sido uno de los mayores desastres ocurridos en un estadio de fútbol europeo.
Murieron en el Estadio Lenin unas 340 personas, aunque oficialmente, y años después, solamente se reconocieron 66 muertos y 61 heridos.
Aunque no todo era bueno en aquellas escuelas deportivas soviéticas y fueron degradándose, al igual que el sistema comunista, hay que valorar que fueron muy innovadoras y eficientes.
Quizá fueron muy similares a las escuelas deportivas municipales que tenemos en España y que ahora sufren los recortes de la crisis. Eran públicas, accesibles y contaban con monitores especializados, instalaciones inmensas. Era un concepto muy meditado y orientado a la formación de los jóvenes (el resto de la población quedaba olvidado en este aspecto), más que a los éxitos deportivos, aunque también llegaron en abundancia.
A finales de los años ochenta y en la década de los noventa en España pudimos disfrutar del talento de los futbolistas criados en aquellas escuelas deportivas. El primero arribó en 1988 a Sevilla, el mítico guardameta Rinat Dasaeev, aunque ya era muy veterano y tuvo un paso testimonial. Con la paulatina desintegración de la Unión Soviética la Liga española acogió a una generación de un tremendo talento formada en este sistema. La última generación de algo irrepetible. Radchenko, Popov, Karpin, Zygmantovich, Mostovoi, Salenko, Onopko, Kuznetsov, Galiamin, Moj, Korneev, Lediakhov, Nikiforov, Bestchastnykh.
El entrenador tenía que dormir en la misma cama que su protector, que además de contar con su guardia personal custodiando el domicilio dormía en la misma cama que Starostin y con una pistola debajo de la almohada. En una ocasión, Nikolai Starostin escapó por una ventana de su jaula de oro para ver a unos familiares y fue cuando la policía logró detenerle. Terminó de nuevo desterrado, en esta ocasión en Kazajistán, donde siguió entrenando con gran éxito. Cuando ejecutaron a Beria todos los hermanos Starostin fueron amnistiados y Nikolai se convirtió en seleccionador de la Unión Soviética, además de convertirse en presidente del Spartak hasta 1992. Resulta también inevitable mencionar a Eduard Streltsov, el Pelé ruso. Curiosamente, el talentoso delantero fue un confeso seguidor del Spartak, aunque militó toda su carrera en el Torpedo. Ya siendo una estrella y uno de los mejores futbolistas del mundo se negó a firmar por el CSKA o por el Dínamo, por lo que fue apartado de la selección soviética y enviado siete años a un campo de concentración en Siberia acusado de una falsa violación. Se perdió el Mundial de 1958, aunque volvió a jugar a un gran nivel e incluso pudo comandar al Torpedo para que ganase el campeonato liguero de 1960. En plena opresión del régimen comunista, Streltsov iba a su aire y era capaz de hablar en público de libertad, por lo que era todo un símbolo para muchos ciudadanos contrarios al envarado régimen soviético. Nunca pudo jugar en el Spartak, pero desde luego representaba perfectamente su espíritu rebelde.
Por un lado los gobiernos intentan domesticar al pueblo con el deporte y el fútbol, por su popularidad y las pasiones que levanta, es perfecto para ello. El ‘Pan y Circo’ del poeta romano Juvenal sigue vigente. El opio esférico del pueblo. Por otro lado, el fútbol también sirve de válvula de escape a esas personas oprimidas por el sistema o para escapar de la pobreza. «En las dictaduras el fútbol es la libertad», explicaba el escritor húngaro Peter Esterházy, hermano del delantero Márton Esterházy que fue mundialista en México 86 . Para el autor magiar este deporte es una forma de evasión en estas circunstancias: «Cuando la vida no es normal, y en las dictaduras no existe una vida normal, hay que buscar un camino alternativo para escapar. Un mundo diferente porque la atmósfera es insoportable. El juego proporciona eso.
Algunos triunfaron y otros pasaron más desapercibidos por causas variadas, pero todos ellos tenían unos conceptos tácticos y técnicos perfectos. Las academias del fútbol que se pusieron tan de moda después tienen su origen en el comunismo ruso aunque no buscaban traspasar por cifras millonarias a jóvenes figuras.
Pero estos futbolistas, que individualmente eran buenísimos, alcanzaban su mejor versión en equipo. Máquinas perfectamente engrasadas, que marcaban goles casi de manera burocrática. Proletarios del buen juego. Aquellos equipos soviéticos tenían un orden y unos conceptos tácticos muy trabajados, un juego que memorizaban desde niños. El Atlético de Madrid lo sufrió en sus carnes en la final de la Copa de la UEFA de 1986. El Dínamo de Kiev aplastó a los colchoneros 3-0 en lo que quizá ha sido la cima del fútbol soviético. Entonces se conocía en nues-
tro país más bien poco del estilo de los comunistas. No fueron uno ni dos los futbolistas destacados del Dínamo de Kiev, aunque todos se quedaron con el nombre de la estrella ucrania-
na: Oleg Blokhin. Bessonov, Baltacha, Kuznetsov, Zavarov, Rats, Bal o Belanov eran grandes futbolistas. Todos juntos fueron imbatibles. Nada pudieron hacer los Arteche, Quique Ramos, Setién o Julio Alberto. Valery Lobanovski y Luis Aragonés, dos viejos zorros que nacieron ya sabios y mayores, se sentaron en los banquillos de ambas escuadras.
A la Unión Soviética le faltó un gran éxito en el Mundial, aunque logró tres subcampeonatos de Europa, dos oros olímpicos o el triunfo en el primer Mundial juvenil de 1977. La selección con el CCCP en el pecho quizá nunca fue un colectivo del todo, las tensiones entre los futbolistas de diferentes repúblicas siempre estuvo larvada. De la Copa Jules Rimet, lo más cerca que estuvo la URRS fue en el Mundial de Inglaterra en 1966, curiosamente una de las más corruptas de la historia de las Copas del Mundo.
En aquella cita los soviéticos alcanzaron las semifinales. Les eliminó Alemania con un gol de Beckenbauer. El arbitraje de un italiano evidenció que a la Unión Soviética nunca la hubiesen dejado reinar en el fútbol mundial. El capitalismo ganó el partido.