La semana pasada tuvimos el placer de ver uno de los partidos mas bonitos que hay en el fútbol español como es el choque entre Athletic y Real Sociedad. Bonito porque son dos clásicos de nuestro, es un derbi que ambas ciudades quieren ganar, pero sobretodo, por el gran ambiente que se vive siempre en las gradas. Cuando digo ambiente no me refieron a cánticos y animación en general (que también lo hay) sino a ese aire de buena sintonía entre las dos aficiones, que llegan juntas al campo después de haber pasado la previa tranquilamente por las calles de la ciudad sin miedo a que ningún energumeno te fastidie tu tarde de fútbol. Los elogios lluven todos los años a estas dos aficiones, pero poco nos damos cuenta que lo que se vive cada año en Anoeta y San Mamés es practicamente una utopía en muchos rincones del mundo e incluso de España. Si, hay aficiones que están hermanadas y no es raro ver mareas de seguidores ir a otras ciudades cuando tienen la seguridad de que van a ser tratadas bien, pero ver esta situación en un derbi, lo cual debería ser razón de mas para ser un buen fan ya que estas tratando con tus vecinos, o incluso tus familiares, es por desgracia muy raro de ver. El hecho de rivalizar con algún equipo (porque al fin y al cabo eso es lo que da al fútbol parte de su vida, el quedar por encima del eterno rival) o incluso odiarlo en cierta manera no es motivo suficiente ni para agredir a nadie, destrozar calles, locales o el propio estadio, resulta tan evidente que no puedo evitar sorprenderme de ver las burradas que se ven casi a diario en los programas deportivos.

Yo soy una persona que siempre que tiene la oportunidad o los recursos necesarios trata de ir a ver a su equipo por los distintos rincones de España ya que es una gran manera de mezclar pasatiempos y pasar un día muy entretenido. Siempre trato de mostrar los colores de este porque no tengo nada de que avergonzarme, sin embargo, no puedo negar que en algunos de mis viajes he sentido un poco de congoja ante la idea de molestar, o mejor dicho, servir de excusa a algún individuo y este me acabe amargando lo que debería ser una maravillosa experiencia. Y esto no debería ser así. Nadie debería molestar a nadie por

ser de diferente, y mucho menos llegar a extremos que prefiero no comentar. Yo mismo reconozco que los equipos que no me caen especialmente bien quiero que pierdan hasta en los amistosos de pretemporada, pero hay que saber diferenciar entre la institución que es un equipo de fútbol, al que se le puede tener tirria por mil motivos, y la persona, el ser humano que es el aficionado y que no merece ser humillado por un amor tan subjetivo como el cada uno tiene por la camiseta de su equipo.

La situación que he descrito es tan triste y deleznable que no puedo impedir ponerme un tanto melancólico cuando veo esos derbis vascos, ya que al mismo tiempo que son maravillosos ponen en relieve lo mezquino que puede ser el ser humano al no imitar este comportamiento. Es triste que en pleno 2016 la situación que vivimos el domingo pasado en Bilbao este todavía destinada a ser una anécdota que «El Día Después» recoja en su tradicional reportaje post-partido. Sinceramente es algo que siento por mí y los que son como yo, pero mas lo siento por esas personas que no disfrutan de este maravilloso deporte y deciden vivirlo como una guerra, ya que no saben cuanto se están perdiendo.