Ayer en el Madrigal me volvió a emocionar. Sí, lo volvió a hacer, ya es una constante. No lleva brazalete pero hoy día es el capitán -que un trapo con los colores de la senyera no le exima de una tarea que lleva a cabo inconscientemente. Es el amo de nuestro sufrimiento y el representante de nuestro sentir. Es la hinchada vestida de corto y la coherencia con botas. Es el forastero local y la autocrítica perfeccionista. Es todo eso y mucho más; ‘Masche’ es uno de los nuestros.
No sé qué minuto corría por entonces, pero quedaba poco para el final y con éste un nuevo tropiezo de un Barcelona sumergido en la agonía del que se sabe derrotado. Entonces Leo Messi aprovechó una exquisita dejada de Fàbregas con la testa y remató la bola con una fuerza directamente inyectada desde el cielo y ésta acabó alojada en la red, confirmando la remontada culé con más mística que fútbol. Mascherano observó la jugada rezando en silencio. Cuando la bola entró experimentó un gozo sobrecogedor. Un gozo extraño que se entremezcló con una rabia contenida en su interior y que provocó una reacción detonante. La conjunción de tales contrastes explotó en su corazón, que rebosaba incomprensión e impotencia, y se manifestó al exterior en lágrimas tan amargas como reparadoras, cayendo de rodillas en busca de cobijo en la desnudez de la hierba.
Ahí estaba ‘Masche’. El espejo de un vestuario herido proyectado en la desidia de su central, que se desvaneció como un azucarillo bajo el agua. El capitán sin brazalete. Las lágrimas de un club entero concentradas en las cuencas de los ojos del Jefesito. Del Jefaso.
Lo había pensado antes, pero lo vi demasiado claro ayer: ‘Masche’ es nuestro capitán. ¿Quién se inventó aquello de la antigüedad en el equipo como baremo para la capitanía? Es una soberana estupidez. Que Iniesta o Xavi sean capitanes por delante de Mascherano es un jodido despropósito. O el propio Valdés, que sí cuenta con la personalidad y espíritu que no tienen aquéllos, pero no es jugador de campo y esto cobra vital importancia. Un capitán debe estar cerca de sus compañeros para abroncarles en sus carajas y para corregir sus fallos, para que sientan su aliento en la nuca y sus gritos en el ambiente, para que esté cerca del árbitro y de las 4 gradas para iniciar las ovaciones. Un capitán tiene que tener alma, carisma y pundonor. Tiene que derrochar hasta la maldita última gota de sudor de la que su frente pueda prescindir, tiene que terminar los encuentros oliendo a hierba de todas las veces que el suelo lo acogió, tiene que acabar dolorido y magullado.
Las lágrimas de Mascherano reflejan el sentir de toda una afición
Un capitán tiene que terminar los partidos afónico, tiene que explotar con la derrota y medir los impulsos en la victoria. Tiene que pedir perdón a la afición entre lágrimas de culpa, tras un minúsculo fallo que él sabe que le perdonamos, agobiado tras un partido de Champions. Tiene que salvar un gol sobre la línea con su pecho de manera inverosímil. Tiene que ser agresivo, con expulsiones contadas con los dedos de una mano. Tiene que jugar donde le diga su entrenador, dando el 100% incluso sin que uno note que no es su posición natural. Tiene que hincar la rodilla cuando su equipo remonta a falta de 10 minutos y echarse a llorar por el significado del gol, en una conjunción de gozo y agonía provocando el mejor de los homenajes a su difunto entrenador.
Autoría de fotografías: MD y el 9